Galería de ensayos

 

Un ensayo es un tipo de texto escrito en prosa en el que un autor expone, analiza y examina, a través de argumentos, un tema determinado. El propósito es fijar su posición al respecto, siguiendo un estilo argumentativo propio.

El ensayo se caracteriza por ser una propuesta de reflexión, análisis y valoración, que se estructura de manera clásica con una introducción, un desarrollo y una conclusión. A veces puede contener las referencias bibliográficas en las que el autor se ha documentado.

Al poseer cierto carácter expositivo, los ensayos deben entregar las ideas de forma ordenada y con una redacción clara y correcta.

Los tipos de ensayo más utilizados son el ensayo literario, el académico y el científico. A pesar de la diferencia de temática y estilo, todos ellos tienen un rasgo común, influir en sus lectores y activar su pensamiento crítico.

 ¿Lo sabías?

Ensayista es la persona que escribe ensayos, o sea, temas en prosa, de carácter didáctico sobre asuntos filosóficos, artísticos, históricos, etc. MONTAIGNE, Michel Eyquem de, (1533-92), filósofo y literato francés fue el primero que que empleó este nombre en su obra titulada "ENSAYOS".

Palacio de Montaigne

Ensayista: Ernesto Sábato

Ensayo:  Eterno retorno * 

El paisaje se repite cada vez que se ha dado una vuelta en la calesita. Desde luego es necesario que haya un paisaje permanente para que la repetición se pueda realizar. El eterno retorno implica una eternidad o, mejor, “un paisaje fuera del tiempo”. Como en el Timeo, el tiempo habría sido hecho junto con los cuerpos que giran, para dar una imagen móvil de la eternidad. 

Ensayista: Ernesto Sábato

Ensayo: Pitágoras* 

 Como todos los personajes históricos, Pitágoras es un ente que se propaga en el espacio y en el tiempo, fuera de sus límites carnales y después de su desintegración física. Para la posteridad, el Pitágoras que nació en la isla de Samos y murió en Metaponte, casi no interesa, es un falso-Pitágoras que debe de haber pronunciado frases y cometido acciones adversas al pitagorismo. Nos interesa más el verdadero Pitágoras, ese mito que frágilmente construido con algunos fragmentos dudosos de Filolao, Heráclito, Heródoto, ha resistido como  un promontorio de dura roca el embate de dos mil quinientos años.

 La Fama se adelanta precedida y propagada por la Equivocación y, aun en los casos en que es merecida, raramente se debe a lo más valioso; muchos aprecian a Cervantes por esos convencionales cuentos de pastores que plagan el Quijote; otros admiran en Shakespeare esas calamitosas frases que yuxtapone a los versos más dramáticos: 

Here’s to my love! O true apothecary! 
Thy drugs are quick. Thus with a kiss I die. 

Son generalmente los defectos, los vicios, las tonterías, las vulgaridades y las frases que nunca dijeron lo que realza la celebridad de los grandes hombres. Einstein es famoso por la frase “todo es relativo”, y por su pelo; la frase es equivocada y expresa un programa mortal para Einstein; el pelo nada tiene que hacer con la genialidad de su propietario. 

Difícilmente un gran hombre escapa a este melancólico destino y tanto más difícilmente cuanto más famoso, porque las equivocaciones aumentan con la popularidad y con el tiempo. Las famas antiguas son así las peores: como en esos monumentos restaurados en todas las épocas ya no queda casi nada del original. Cuando el hombre ha dejado una obra escrita —el caso de Platón— se puede siempre reivindicar la verdadera doctrina en medio de las falsas interpretaciones, aunque de todos modos es un hermoso problema distinguir una interpretación falsa de una verdadera, pues, por esencia, una interpretación es ya algo distinto del original; pero cuando, como en el caso de Pitágoras, no hay documentos dejados por el autor, todos y en la medida en que han contribuido a la creación del mito tienen derecho a reivindicar su propia contribución. En estos casos, es una pretensión escolástica la de querer mostrar al “verdadero” pensador: su única verdad es su historia.

 Este monstruoso Pitágoras nace en la isla de Samos, enseña sus doctrinas en Italia, entra en la teología cristiana y se propaga, a través de la magia y de la arquitectura, a todo el pensamiento occidental hasta nuestros días. Su fama es merecida y puede decirse que de haber prevalecido sobre Aristóteles, el pensamiento moderno habría llegado varios siglos antes; pero las causas de su fama constituyen lo menos valioso de su doctrina: el teorema del triángulo rectángulo era ya conocido antes de él y la magia de los números pequeños había sido ya elaborada por los chinos (es muy difícil no ser precedido por los chinos) y es lo más deleznable de toda su obra. 

Realizando experiencias con el monocordio, Pitágoras descubrió que el tañido de una cuerda al mismo tiempo que el de otra cuerda de longitud mitad, da un acorde perfecto; es el armonioso sonido que forman una nota con su octava. Nuevos experimentos revelaron que todos los acordes eran siempre producidos por cuerdas que guardaban entre sí relaciones de longitud dadas por números pequeños y enteros. De pronto, la inefable y sutil armonía musical se mostraba rígidamente gobernada por los números. 

Es posible imaginar el revuelo que este descubrimiento debe de haber producido en la logia pitagórica; el descubrimiento es en verdad un hecho importante en la historia de la ciencia, porque frente al puro razonamiento introduce la experiencia y la medida, los más grandes motores del movimiento científico moderno; pero, desde luego, no fue por esa razón que la logia se entusiasmó sino porque reforzaba ciertos postulados de la organización. 

El entusiasmo no es el estado de ánimo más favorable para escribir un buen poema; con mayor razón, tampoco lo es para organizar una concepción del mundo. Es cierto que la idea pitagórica de la medición es muy superior a la idea aristotélica de la clasificación y es muy probable que la ciencia moderna habría llegado antes de haber prevalecido ese aspecto del pitagorismo. La causa de que no haya sido así es, quizá, la exaltación de sus partidarios, que deformó y exageró la esencia de la doctrina. 

Es difícil ver la relación que puede haber entre un monocordio y el sistema planetario; pero el entusiasmo, como el amor, tiene la virtud de disminuir la inteligencia y de convertir los deseos en realidades objetivas: hay que creer para ver. Los pitagóricos decretaron que el universo respondía a un esquema musical y que los planetas giraban a distancias adecuadas de un centro común para que sus rotaciones produjesen una armonía celestial regida por los números pequeños. Esa música celeste tenía un pequeño inconveniente: no se oía. El descubrimiento del monocordio inició la orgía númerológica: los números enteros y pequeños eran mágicos y sagrados, regían el Cosmos como a un gran instrumento musical. El 1 era el número místico por excelencia, puesto que era el origen de todos los demás, el que por desdoblamiento engendra la multiplicidad del mundo; el 2 es el signo de ese desdoblamiento o de esa oposición, como en la tesis y en la antítesis de Hegel; el 3, suma del origen y de la duplicidad, tiene que ser, necesariamente, un número sagrado; el 4 es el cuadrado de 2; la suma del 3 y del 4 da el 7, prestigioso en muchas religiones y clubes internacionales. La combinación ansiosa de estas cifras da origen a tantos resultados que casi no queda ningún número pequeño —y grande— que no pueda aspirar a la magia. San Agustín hace, por ejemplo, la siguiente combinación: el 1 (Dios) sumado al 3 (Trinidad) da 4; la suma de las cuatro primeras cifras da 10; el 4 multiplicado por 10 da 40, razón por la cual esta cantidad debe ser considerada como sagrada para los ayunos; en opinión del santo, el desconocimiento de esta clase de manejos dificulta enormemente el entendimiento de las Escrituras. 

El nombre de Pitágoras fue propagado con esta clase de interpretaciones. En el Critias nos enteramos de que en la Atlántida había diez príncipes, diez provincias y diez toros sagrados. El 5, mitad del 10, suma del primer número masculino y del primer número femenino, es la cifra de Afrodita y sus cualidades están a la vista: había 5 planetas, los acordes derivan de quintas, la mano tenía 5 dedos; como consecuencia, el pentágono, la estrella de cinco puntas y el pentagrama eran sagrados. 

El pitagorismo y la cábala judía se propagaron al cristianismo primitivo y a la masonería. La edificación quedó vinculada a problemas sobre la estructura del Universo y, así como los templos se construían de acuerdo con ciertos números regulares, el Cosmos debía de obedecer a alguna cifra secreta impuesta o respetada por el Gran Arquitecto; encontrar esa cifra equivalía a encontrar la clave del misterio y durante siglos infinidad de hombres se empeñaron en esa pesquisa. El doctor Evelino Leonardi, por ejemplo, en su obra La unidad de la Naturaleza, manifiesta haber encontrado por fin la clave, el número 744; de acuerdo con el astrónomo Gabriel, cada 744 años el Sol, la Tierra y la Luna se vuelven a encontrar en la misma posición recíproca; pero 744 equivale a 67 períodos de manchas solares undecenales; con la ayuda del 11 y del 744, el doctor Leonardi encuentra interesantes vínculos entre las formaciones geológicas, el desarrollo del feto humano, el número de electrones atómicos y la multiplicación del ganado vacuno (op. cit., capítulo IV). 

El pitagorismo, en tanto que arte de cubilete y magia combinatoria, nada tiene que hacer con el pensamiento moderno. La grandeza del pitagorismo reside en algo menos popular pero que permite colocarlo como iniciador de la matemática moderna: el descubrimiento de que el número pertenece a un universo que no es el universo físico en que vivimos. 

Tres pirámides y tres panteras no tienen casi nada de común: aquéllas son inertes, geométricas, no se reproducen, no tienen garras, no son cuadrúpedos ni carnívoros. Y sin embargo, entre ambos grupos hay un núcleo idéntico que queda cuando todos los caracteres físicos han sido descartados: la trinidad de los dos grupos. 

Los niños no saben razonar con números puros: necesitan sumar manzanas o libros; mucho más tarde, inconscientemente, prescinden de los objetos físicos y calculan con números puros, abstraídos de la realidad física por un largo proceso mental. Es muy probable que en los pueblos primitivos haya pasado algo semejante y es Pitágoras a quien el mundo occidental debe el primer atisbo de este notable hecho: aunque participan en este mundo, los números y las formas geométricas son entes abstractos que pertenecen a una realidad más pura y esencial. 

Sin embargo, que para llegar hasta el ente matemático se necesite un proceso mental no significa que sea inventado por la mente: el hombre no inventa el carácter común a un grupo de pirámides y uno de panteras; descubre algo preexistente. El tres y el triángulo existieron antes de aparecer los hombres y subsistirán, por toda la eternidad, después que estos seres hayan desaparecido del Universo. 

Cheops, construida con dura piedra y con el sacrificio de miles de esclavos, es implacablemente derruida por la arena y el viento del desierto; la pirámide matemática que forma su alma, invisible, ingrávida, impalpable, resiste el embate del tiempo; más, todavía, está fuera del tiempo, no tiene origen, no tiene fin. 

Este mundo de los entes matemáticos es un mundo rígido, eterno, invulnerable, un helado Museo de formas petrificadas que nuestro universo físico, en un proceso sin fin y sin eficacia, intenta copiar. 

Mucho tiempo después de la muerte de Pitágoras, Platón intentó, con el mito de Pedro, explicar el misterioso acceso del hombre mortal e imperfecto a ese museo de las formas eternas: el espíritu y el apetito son dos caballos alados que arrastran el carro conducido por el alma; todavía no se ha corporizado, todavía tiene algo de los dioses y marcha con ellos hacia el lugar donde residen las formas puras. Cuando alcanzaba a entrever el resplandor divino de las formas, el alma pierde el gobierno de sus caballos y cae a tierra, donde se encarna y olvida el maravilloso mundo que entrevió. Ahora estará condenado a ver las groseras encarnaciones de las formas puras que constituyen este universo cotidiano, fluyente y contradictorio. Su inteligencia es quizá un resto de su confraternidad con los dioses; las ciencias exactas del peso, del cálculo y de la medida, le advierten en un arduo proceso que este mundo fluyente es quizá una ilusión y que por detrás del árbol que tímidamente crece y muere, de los hombres que luchan y de las civilizaciones que aparecen y desaparecen, hay un mundo rígido donde imperan el Número y las Formas Eternas. 

Bajo el cielo de Calabria, ayudado por la Música, la Aritmética y la Geometría, fue el poderoso cerebro de Pitágoras el primero que tuvo la intuición de este topos uranos

Ensayo: Russell*

El conde Bertrand Arthur William Russell nació en 1872 y se educó en el Trinity College de Cambridge. Fue el primero de su clase, desmintiendo así a los que creen necesario que un genio sea un mal alumno y desilusionando a todos los malos alumnos o ex malos alumnos que confían en esta paradojal hipótesis. 

Se distinguió en matemática y filosofía, pero durante toda su vida ha manifestado una pasión inagotable por todas las cosas del espíritu. Por sus ideas sociales ha sufrido vejámenes y por oponerse a la Primera Guerra Mundial estuvo preso durante seis meses; en la cárcel escribió su Introducción a la Filosofía Matemática. Jamás ha hecho concesiones a los prejuicios morales o intelectuales de sus semejantes (llamémoslos así) y en 1940 fue expulsado del Colegio de Nueva York por exponer ideas que no coinciden con los prestigiosos lugares comunes de la sociedad y de la policía norteamericanas. 

Pertenece a la misma estirpe de Berkeley, Swift, Hume, Chesterton y Shaw. Al lado de obras capitales sobre lógica matemática y filosofía, ha escrito sobre historia, moral sexual, política y teología, en muchos casos para el hombre de la calle. Este genio tiene demasiado cariño a la pobre humanidad para desentenderse de sus problemas cotidianos; podría haber vivido su vida de conde en un peñasco inaccesible, aislado por los abstractos símbolos de la logística, pero ha preferido mezclarse con las confusas luchas del mundo terrenal. 

Su filosofía no está pegada a su personalidad como un rótulo, ni la sobrelleva como una carga profesional: es consustancial con su vida misma, como en Sócrates o Spinoza. Concluye An Outline of Philosophy con estas palabras: “La filosofía debería mostrarnos los fines de la vida y los elementos de ella que tienen valor por sí mismos. Por muy limitada que esté nuestra libertad en la esfera causal no es preciso que admitamos limitación alguna en la esfera de los valores; lo que juzgamos bueno por sí mismo podemos seguir juzgándolo bueno sin consideración a ninguna otra cosa que no sean nuestros propios sentimientos. La filosofía no puede determinar por sí los fines de la vida, pero puede liberarnos de la tiranía del prejuicio y de las aberraciones derivadas de miras estrechas. El amor, la belleza, el conocimiento y el goce de la vida: he aquí las cosas que conservan brillo inmarcesible, por remotos que sean nuestros horizontes. Y si la filosofía puede ayudarnos a sentir el valor de estas cosas, 58habrá representado el papel que le corresponde en la obra colectiva de la humanidad, cuyo objeto es llevar la luz a un mundo de tinieblas”. 

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* Tomado de: Sábato, E. (1968).Uno y el Universo (Edición definitiva) Biblioteca Breve.  Barcelona- Caracas - México:  Editorial Seix Barral , S. A.

Nos permitimos recomendar a nuestros estimados lectores  los siguientes textos: 

1-  Clemente José Edmundo  (1961).  El Ensayo. Buenos Aires: Ediciones Culturales Argentinas. Ministerio de Educación y Justicia.

2- Whitehead A. N. (1957). Los fines de la educación  y otros ensayos. Buenos Aires: Editorial PAIDÓS.

3- Palacios, A. R. y  Ferrero, J. M.(2005). Borges Algunas Veces Matematiza. Estrategias codisciplinarias. Lengua y Literatura - Matemática - Filosofía.  Buenos Aires- México: Grupo Editorial Lumen.Nueva edición revisada y ampliada.

4- Javier de Lorenzo. (1975). Teoría de conjuntos: la creación de Cantor. Revista de Occidente Nº 147. Junio 1975. España: Revista de Occidente S. A.

5- Javier de Lorenzo. (1971). Introducción al Estilo Matemático. Madrid: Editorial TECNOS.

6- García Bacca, J. D. (1984). Infinito, Transfinito, Finito. Barcelona: ANTHROPOS, Editorial del Hombre.

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