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La lógica y los niños

  Por  Alfredo Raúl Palacios (*) Ya casi no dudamos, por tantas veces escuchado o leído, que uno de los objetivos del estudio de la matemática es "entrenar" a los niños en el pensamiento lógico. Sin embargo, a la luz de los resultados podemos ver su escaso cumplimiento. Para el punto de vista de la enseñanza tradicional, este objetivo debía cumplirse a través del estudio de las demostraciones lógicas de teoremas, por lo general geométricos, y de los cuales el alumno recibía modelos ya desarrollados. Esta tarea se reservaba para la enseñanza secundaria y mientras tanto, la mente del niño, considerada como un instrumento, primero se afilaba para luego ser utilizada. Por otra parte, el énfasis puesto en el estudio de los mecanismos de cálculo terminaba ahogando la capacidad crítica y la potencia creadora. Este enfoque permite hacer dos observaciones importantes. 1) la enseñanza tradicional de la matemática no tenía como objetivo el aprendizaje de la lógica a través de la acción....

¡sublimeMENTE! : Tributo a Jaime Barylko, Maestro y Filósofo de la condición humana. (Parte 1)

 

Jaime Barylko nació en Buenos Aires en 1936 . Se recibió de  Licenciado en Letras y en Filosofía en la Universidad de Buenos Aires y se doctoró  en Filosofía  en la Universidad Nacional de La Plata.  Realizó estudios de posgrado en Educación en la Universidad Hebrea de Jerusalén y fue  profesor en la Universidad de Belgrano y, como invitado, en las Universidades de Caracas, La Paz, Santiago, Bogotá, San José,  San Pablo, Porto Alegre,  Tel Aviv y  Jerusalén, además de las del Salvador y Rosario. También se desempeñó como asesor del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) y del Ministerio de Educación y fue decano de la Facultad de Estudios Orientales de la Universidad Maimónides de Buenos Aires. 

Decires cardinales de Jaime Barylko

Enseñar a pensar

"Pensar es un acto individualista. Yo pienso, tú piensas. Un acontecimiento dentro de tu persona. Como sentir, como percibir. Solo, pero no a solas. Sócrates no concibe el pensar encerrado en su casa, en su gabinete. Se crió en la calle, en la plaza pública, y allí vuelve a encontrarse con la gente, a pensar con ellos, es decir, en discusión, en confrontación de ideas, en diálogo.

Él decía que de su madre, que era partera, había aprendido el oficio del pensamiento: como la partera, cada uno puede ayudar al otro, en este diálogo, a extraer la verdad que el otro contiene dentro de sí. Sí, en efecto: el hombre más ignorante e inculto tiene dentro de sí la fuente, la posibilidad de la verdad, sólo que hay que ayudarlo a darla a luz.

¿Cómo? Dialogando con él, conduciéndolo con preguntas a la movilización de su mente hasta que, finalmente, saque afuera la verdad, esa que tenía adormilada adentro. Pensar es dar a luz. Implica esfuerzo, siembra lágrimas, pero cosecha alegrías.

Ésta es la idea básica de la educación: es función del maestro ayudar al alumno a gestar la verdad y producirla. El de afuera es el partero de la verdad del otro.

Y Sócrates, en efecto, demostró cómo ello podría realizarse. Un día se encontró con el esclavo Menón, que era un total ignorante. Y dialogando con él, Sócrates le "extrajo" las verdades que corresponden a los principios de la geometría de Euclides. Así se demostraba, con este caso extremo, cómo el pensamiento no es la adopción de ideas ajenas, sino apoyarse en el exterior, en el otro, para emerger desde el interior. Sócrates confiaba en este método, confiaba en el hombre y en su poder de pensar y alcanzar ideas correctas siempre y cuando discurriera por el camino adecuado. Méthodos , en griego, significa "camino".

Acumulación y repetición

La enseñanza, en general, se dedica a transmitir información. De la más variada: oraciones subordinadas, la gesta de San Martín, la fórmula química del agua, qué representa el personaje de Hamlet, etcétera. Todos son datos, y aprender es acumular esos datos y saber repetirlos en el momento del examen.

Ése es el meollo de la educación formal, por más vueltas que le den a la metodología y esos contenidos se enseñen a grito pelado y autoritario o con voz dulce y música funcional y "hacé lo que mejor te parezca". El final es siempre el mismo: examen, prueba o test en los que el alumno demostrará cuán bien repite los datos asimilados.

Aunque se dice que el objetivo de la educación es enseñar a pensar, estamos muy lejos de él. Somos fuertes y ricos en materia de discurso pedagógico; en la práctica, sonriendo, y en ronda, y en éxtasis de permisividad, continuamos transmitiendo datos y exigiendo el dominio memorioso de ellos.

El tema no es argentino sino de la educación en el mundo entero, tal cual lo constata el biólogo y humanista francés Henri Laborit, que así escribe en su libro Biología y estructura : "Admitamos que se les enseña a hablar y a escribir, pero no a pensar, ciertamente, y la cátedra de filosofía no cambia en nada el asunto. La enseñanza de la filosofía, si se quiere entender por ella la de las estructuras, debería comenzar en la escuela maternal y no interrumpirse hasta las clases últimas. La clase de filosofía suele ser, con frecuencia y sobre todo, una historia de los filósofos y de las filosofías de ningún modo estructurada en el espacio-tiempo".

Un acto individual que implica a los otros

Una cosa es enseñar contenidos -qué es qué y dónde ocurrió tal hecho, quién encabezó tal revolución y qué pretendía modificar, y qué causas y circunstancias lo motivaron a actuar- y otra cosa es enseñar estructuras. Las estructuras marcan posibilidades de relación, combinación, diferencia entre los contenidos.

Pensar es estructurar, dar forma, dar significado y, sobre todo, revisar lo dado, e incluso las conclusiones del propio pensamiento, para mañana estructurarlo de otra manera, con otro enfoque. La duda y el acto de pensar son hermanos de sangre. Una vez lo demostró palmariamente Descartes, y desde entonces no se desligan.

Por tanto, aun enseñando filosofía, como se tiende a hacer ahora con niños de escuela primaria, no se garantiza que se esté estimulando el pensamiento si lo que el niño tiene que aprender es la alegoría de la caverna, de Platón, o la idea del gobierno que tenía Aristóteles.

Uno puede repetir que "lo que mata es la humedad" o que "Kafka representa el laberinto de la existencia humana en su complejidad esencial, sin salida". En ambos casos ejerce el mismo mecanismo mental: no piensa, extrae datos acumulados en la memoria y los usa en cada caso.

Es imposible prescindir de los datos y de la información, y no se piensa sino a partir de cierta cultura, de cierto cultivo interior, y a partir del conocimiento de pensamientos ajenos con los que nos afilamos en nuestro propio pensar.

Pienso solo, es cierto, en un acto individual e individualista, pero ello implica a los demás, insisto, a los otros, porque yo soy, decía Ortega y Gasset, un punto de vista indispensable sobre el universo, es cierto, pero necesitado de los demás. Pensar es copensar. Considerar. Para enseñar a pensar hay que estar pensando. "Usted piensa mientras habla", me dijo una vez un alumno, fuera de clase. Lo miré atónito, casi avergonzado: no sabía que se me notaba.

Vuelvo a Laborit para que nos quedemos pensando: "El cerebro del hombre culto del siglo XX es una reserva de juicios de valor no jerarquizados".

Por Jaime Barylko Para La Nación
6 de octubre de 1999

"Pensar es un placer… Pensar es un acto que uno puede ejercer sin grandes estudios previos ni títulos. Pensar es como caminar; hay que practicarlo.  Es plantearse los temas de al vida diaria y sus problemas, y los valores y qué quiero, qué puedo, qué debo, qué me es bueno y qué me es malo.  Y eso puede practicarlo todo el mundo.  Es lo más democrático que tenemos.”

Educar para pensar

“Hay que educar para pensar, que es educar para no repetir, por más que todos digan lo mismo.  Si todos dicen algo atinado es bueno, y si no es verdadero, hay que atreverse a decir que es falso. Para pensar, queridos amigos, hay que tener atrevimiento.

Cerebro, capacidad, eso lo tenemos todos.  Pero atreverse a ir contra la corriente, que eso es pensar, es todo un esfuerzo y todo un riesgo.

Yo digo que vale la pena, y que la felicidad consiste en tener una idea propia, un sentimiento propio.  Eso es pensar.

Hay que atreverse a pensar. Hay que atreverse a dejar pensar.  Tendríamos hijos mucho más inteligentes de los que tenemos.”

Jaime Barylko. 1998. 

"Hay que tener valor, fundamentalmente, cuando lo que está en juego no son los valores de la bolsa, ni cosas, ni elementos que se adquieren con tarjetas de crédito, sino las relaciones humanas.

Allí, en las relaciones humanas están los valores superiores, y ahí, justamente ahí, es donde a menudo flaqueamos y carecemos de valor para apostar. Porque ya no se apuestan monedas ni cheques ni pedazos de oros, sino pedazos de uno mismo."

El sueño más antiguo de la humanidad  

"Nosotros, además de querer vivir mejor, aspiramos a un sueño antiquísimo, tan viejo que da vergüenza pronunciarlo: la felicidad. 

La felicidad es un fragmento de poesía que se vivencia —no necesariamente en libros ni en la cultura de las universidades ni en la de los sabios diplomados— en cualquier momento de la existencia cotidiana. 

La felicidad, insisto, es un fragmento de cosa fresca y estimulante, ese algo que en un instante te hace pegar un salto y te transporta en un breve éxtasis más allá de todos tus problemas cotidianos y te hace sentir que ahí, en momentos como ése, exactamente ahí, está el sentido de la vida. Ese no sé qué, que decía Juan de la Cruz, repito, que se alcanza por ventura.

 Es vida interior. Desde el interior se degusta, se saborea. Es cuando el saber se eclipsa y el sabor se impone. 

El éxito es hacia afuera, hacia los otros, pero sin ellos. La felicidad es hacia adentro, gracias a los otros.

 El éxito es convulsión y ansiedad, no descansa nunca, quiere más y más, es insaciable, tenso. La felicidad se mide por el grado de serenidad que produce, esa sensación de estar bien, de sentirse una buena parte de un buen mundo.

 Estar bien. No es lo mismo que el bienestar. El bienestar ayuda, es elemento que proviene del éxito, del mundo exterior. 

Del mundo exterior toma la hormiga su pesada carga y la conduce a su recinto privado. Ahí la disfruta. 

Del interior al exterior, es el camino del aprendizaje. Del exterior al interior es el camino de la aplicación del aprendizaje, del placer, de la fruición. 

No se oponen felicidad y éxito. Pero hay una tendencia en el mundo actual y hace que los padres fundamentalmente piensen en el éxito de sus hijos. 

Tener hijos exitosos sería el éxito de los padres. 

Hijo mío, colega mío:
 —El éxito es herramienta, medio. El fin eres tú, tu vida medida con tus parámetros, no con los ojos de los otros. Los ojos tuyos dependiendo de los otros saben de envidia y competencia, de hostilidad y odio, de superar al otro, de crecer sobre sus escombros, de lucha. Colócale un límite al deseo de éxito, ponle un freno. Lo contrario es des-enfreno, y vivirás únicamente hacia afuera, para la aprobación de los otros que son nadie, y te transformarás en nadie. ¡Límites, hijo, límites! 

Descansa el séptimo día. 

Tómate un día a la semana, al mes, para construir el templo del mundo interior, dentro de ti, dentro de tu casa, dentro de lo que hay en casa, esposa, hijos, padres, amigos, gente que no está para producir nada, salvo amor. 

En el éxito te miden por lo que produces. Homo faber. 

En la felicidad te despojas de toda medición. Eres. Somos. 

Entonces, dicen los creyentes, Dios está presente. "

Barylko , J. (1995). Los hijos y los límites. Buenos Aires: EMECÉ EDITORES.S.A.

Nuestro reconocimiento al diario EL DÍA de la ciudad de La Plata. Provincia de Buenos Aires, por ser asiduo colaborador en la difusión de las ideas de Jaime Barylko, a través de la publicación de excelentes artículos y sus respectivos comentarios.

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