
(...) Borges elogia, con envidia, al hombre quieto, al inmóvil, que radica su ser en el pensamiento. Evoca a Spinoza, y encuentra en él un modelo de existencia, reposada, radicada en sí misma.
El hombre quieto.
¿Cómo podría ser la vida, diferente de ésta?
Pensar es un placer
Hace más de trescientos años que murió un hombre llamado Baruch Spinoza. Era judío, su familia provenía de Portugal, vivió en Holanda, pensaba.
Tenía que pensar.
Nadie piensa porque sí. Por gusto. Pensar es una necesidad. Por causas ajenas, porque te persigue la DGI, o el jefe de la oficina, o... porque nadie te persigue.
Si nadie te persigue, y si se te abre una brecha en el tiempo, te persigues tú mismo, y preguntas.
Por qué estoy, para qué estoy, qué significa ser padre, y qué son estos homúnculos que andan por ahí ensuciando paredes, chillando, arruinando la Séptima de Beethoven que en este momento suena tan fresca, apoteosis de la danza, de manos de Karajan... y que se llaman hijos.
Pensar es un placer.
Pero brota de un dis-placer, de alguna ausencia, de algún agujero.
Es cuando se quiebran, dice Ortega, las creencias que se necesitan las ideas.
Para Spinoza el mundo estaba quebrado.
Era judío en pleno humanismo, en pleno renacimiento, en pleno Rembrandt, su amigo íntimo, en pleno
"pienso por lo tanto existo".
Sabía que el mundo no es confiable. Tarde o temprano te crucifican y te llaman Jesús. Tarde o temprano te exilian y te llaman marrano. Las tardes a las tardes son iguales.
Homo homini lupus, sostenía el colega inglés Hobbes.
El hombre es lobo para el hombre.
Isaías dijo que en el final de los tiempos lobos y corderos serán íntimos amigos.
Un hombre muy creyente, conocido de mi persona, me dijo un día:
-Yo creo en Dios, y creo en la profecía de Isaías, pero cuando arribe el final de los tiempos, y suceda la resurrección de los muertos, y yo ande por ahí, si puedo preferiré ser lobo y no cordero, por las dudas...
Por las dudas.
Descartes tenía una duda metodológica.
Spinoza ni es marrano, ni es judío, ni es holandés, ni quiere ser identificado con etiqueta alguna. Quiere ser hombre. Lo demás le produce dudas, profundas dudas, y del final de los tiempos no tiene garantías.
Por lo tanto piensa.
No tiene más alternativa.
Tendría otras alternativas, podría ir al supermercado y llenarse, la casa y la cabeza, con productos manufacturados.
Pero no, piensa. Elige pensar.
Pensar es una opción, una elección.
Borges, puliendo frases de cristal
También Borges piensa.
Tiene sus motivos, tiene sus problemas. Considera un pecado no haber sido feliz.
Como la vida no se le ajusta bien al cuerpo, procura encontrar la perfección en la frase, en el verso.
Spinoza pulía cristales.
Borges pule frases.
Son como cristales. Por eso se identifica con aquel filósofo lejano que era nadie, en el sentido estrictamente político y administrativo.
Igual que Borges que hizo dialogar a Shakespeare con Dios, para que cada uno termine siendo todos sus personajes, y ninguno de ellos.
Borges está sentado y escribe. Elabora sus propios cristales.
Yo, para pensar, me aprovecho de Spinoza en la versión que Borges me ofrece, y parado así sobre hombros de gigantes procuro atisbar en el significado del significado.
Las traslúcidas manos del judío
"Las traslúcidas manos del judío
labran en la penumbra los cristales
y la tarde que muere es miedo y frío.
(Las tardes a las tardes son iguales.)
Las manos y el espacio de jacinto
que palidece en el confín del Ghetto
casi no existen para el hombre quieto
que está soñando un claro laberinto.
No lo turba la fama, ese reflejo
de sueños en el sueño de otro espejo,
ni el temeroso amor de las doncellas.
Libre de la metáfora y del mito
labra un arduo cristal: el infinito
mapa de Aquel que es todas Sus estrellas."
Desde el ángulo de la naturaleza, a primera vista, no hay diferencia entre una tarde y otra. No es ésta, pues, una tarde excepcional en la vida del hombre. Todas son así.
Todas terminan muriendo y provocando miedo y frío. Reaparecen las manos. Son parte del cuerpo. Están delante de los ojos del hombre que con ellas trabaja. El espacio, que es lo más concreto, lo más material, en este caso, en el de las "traslúcidas manos", pierde consistencia.
Ese espacio, en efecto, por obra de la tarde muere, palidece en el extremo del Ghetto. Palidez y Ghetto y espacio de jacinto, delicado, tenue, frágil, colaboran a trenzar la trama de la tristeza.
Más el exilio.
Ser es ser en el exilio. Estar fuera de.
Todo hombre está en el exilio. Fuera del Huerto. Fuera de Dios. En busca de Dios. Fuera de la Madre. Estar es estar fuera.
En la Cábala —tan estudiada y sabida por Spinoza— el exilio hebreo es el exilio de Dios.
Vivimos, pues, para el re-torno.
Pensar es meditar en torno al re-.
El claro laberinto
Descartes predicaba la claridad. La verdad, decía, es clara y distinta.
Nítida.
Spinoza, hablando desde la existencia y no desde la mente, sabe que la verdad es clara, pero laberíntica.
Como la vida.
Y su claridad no es distinción, es meramente luz, iluminación.
Laberinto. Construyes tu laberinto cuando sales en busca de la luz, la del día Uno, el primer producto de la creación.
Dios hizo la luz.
Hay que rehacerla. ¿Cómo? Con lo que somos. Somos laberintos; en consecuencia, procuremos construir el claro laberinto, el laberinto que conduce a la luz.
Turban
"Está soñando un claro laberinto." Algo se nos dice del contenido del sueño:
"claro laberinto"
Este "claro" borra toda la oscuridad y tenebrosidad anterior. Pero se trata de una "claridad" compleja, ni temporal, ni espacial: "claro laberinto".
Normalmente la idea de "laberinto" tiene connotaciones negativas, de ser perdido, de rumbo oscurecido. Aquí, al contrario, el laberinto es claro. Al ser laberinto, no es gratuito, regalado, fácil. Implica un durísimo camino, una actividad descifradora de ir dando a luz.
A Spinoza el laberinto lo conduce —paradójicamente— a la claridad. Claridad fuera de lo común (lo común son las tardes iguales a las tardes).
El laberinto es laberinto porque están los otros.
Los otros se trenzan con tu hilado y le imprimen en él sus dedos, sus huellas, sus ecos.
Turban.
Per-turban. Hablan. Dicen que eres así y asá. Es la fama. Es lo que dicen de ti. Eres lo que dicen que eres. Aunque no coincide con lo que dices que eres. Que no coincide con lo que eres. Porque en este laberinto nunca eres, sino penumbra de palabras y decires entrecruzados.
La fama. Dependes de ella.
¿No querías ser libre?
Los hombres suelen vivir turbados (conmovidos, sacudidos, impresionados) por el mundo exterior que los rodea: manos, cristales, tiempo, espacio. Pero la turbación mayor proviene de otros hombres: lo que otros piensan, dicen, opinan de él. Esa es la fama. Y como la fama no es estable, sino que cambia constantemente, el hombre vive constantemente turbado, dependiente de los otros.
La fama, la fama
¿Qué es la fama?
El reflejo que yo produzco en el otro.
En consecuencia el otro es un espejo para mí. ¿Pero qué consistencia tiene ese otro espejo?
¿Qué es? Es sueño. "La vida es sueño", decía Calderón. Y según Shakespeare estamos hechos de la madera de los sueños. Si somos sueños, mi vida —hecha de sueños— se refleja en la tuya (y ese movimiento se llama fama), espejo de la mía.
La fama, pues, es apariencia y nada. Sin embargo, insistimos, logra sacudir a los hombres que de ella dependen (y, por lo tanto, dependen de nada).
Y todos dependen, dependemos. Los escritores y los lectores, los panaderos y los taxistas, los de Barrio Norte y los de villa miseria.
La palabra ajena nos domina, nos agita, nos irradia felicidad, nos inocula veneno.
La fama es la dependencia del otro, de la palabra del otro.
Palabras, nada más que palabras. Flatus vocis, decían los latinos. Vacío de voz inflada.
Vanidad, nuevamente del latín, vacío, vano. Vanitas. Vanitas vanitatum, vanidad de vanidades, todo es vanidad. Palabras, cosas que la gente dice.
Dependemos de palabras, somos palabras, hablamos de palabras.
Te amo.
Nunca te amé.
Te dije. Me dijiste.
Dime algo, dime algo.
Dame una palabra y moveré el mundo.
Spinoza quiere in-dependizarse
Distinto es el caso de Spinoza que logra independizarse tanto de la fama cuanto de las condiciones tiempo-espaciales que quisieran aprisionarlo.
Ser im-per-turbable.
Tampoco lo turba "el temeroso amor de las doncellas". En última instancia el amor, por más pasional y arrasador que sea, siempre es temeroso. Lo corroe la inseguridad, la pasajeridad, la relación entre sueños, entre espejos, acorde al verso anterior. Spinoza elude también este condicionamiento. Es in-dependiente. Spinoza ha logrado llegar a ser libre por vía de la in-dependencia.
Ahora se ilumina el "claro laberinto" antes mencionado.
El hombre —el hombre interior— cuyas manos exteriores labran cristales exteriores, está labrando otro cristal, ya no muchos ("los cristales", del segundo verso), sino uno.
Es "arduo" porque tiene que ver con el "infinito". Los primeros cristales podrían ligarse con "frío". Este "arduo cristal" proyecta lo "claro" ("claro laberinto").
El arduo cristal
Finalmente se dice qué es el "arduo cristal", el "claro laberinto".
Es un "infinito Mapa".
Un mapa es una sucesión de líneas y puntos que se unen entre sí para configurar la imagen de algo, de un territorio. Pero el mapa es infinito.
Por lo tanto el objeto representado por el mapa ha de ser infinito también. Se trata de Dios.
¿Qué, quién es Dios? "Es todas sus estrellas." Estrellas, se entiende, son mundos, cosmos.
Se acentúa conceptualmente el verbo "es". Dios es su creación.
Inclusive se diluye el concepto de creación. Lo creado está fuera del Creador, no es el Creador. Pero en Spinoza-Borges, Dios —al contrario— es todas Sus estrellas.
Esencia del pensamiento spinoziano: Dios es la naturaleza. Pero el poeta va mucho más allá de una mera descripción en verso del concepto panteísta de Spinoza.
Dios, en este poema, no es un objeto dado que hay que descubrir, y una vez descubierto ya está definitivamente en la conciencia del hombre. Es algo que hay que ir haciendo, labrando, construyendo, armando, uniendo puntos con puntos y líneas con líneas.
La acción de Spinoza no es simplemente pensar:
"labra... el infinito mapa"
En realidad sí, es pensar. Pero pensar es labrar, construir, armar.
Pensar es crear.
Dios creó el mundo. Yo debo re-crearlo.
Están los puntos dados. A ti te corresponde ligarlos, re-ligarlos y construir el mapa.
El mapa está, es la realidad.
Dios es la realidad, vista desde lo infinito.
Al ser el mapa infinito, la acción ha de ser, también ella, infinita, inconclusa, eterna.
Por eso puede ser Spinoza im-per-tur-ba-ble, des-ligado, in-dependiente, porque se liga con lo infinito. Pero ello no le da paz ni reposo.
Nunca dejará de labrar.
Tendrá claridad, pero claridad de laberinto.
Y en última instancia se trata de superar todos los sueños pasajeros y dependizantes para llegar al sueño del Mapa infinito, porque no olvidemos que Spinoza
"está soñando...".
Y mientras Spinoza sueña, Borges sueña a Spinoza en un poema, y yo sueño que pienso, y que puedo re-armar el mapa a mi manera.
Si el mapa existe, yo soy parte de ese mapa, y la vida tiene sentido.
¿Qué es pensar?
Construir el mapa, es decir el sentido, es decir tu inserción dentro del mapa. (...)
Tomado de: Barylko, Jaime.(2002). Sabiduría de la vida. Buenos Aires: Planeta.

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De Sócrates a Spinoza por Pierre-François Moreau
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