La voz del educador

 
La voz del educador. Juan E. Bolzán

Capítulo 6
🔸La voz del educador
La educación: agitato e sempre scherzando 
JUAN E. BOLZÁN

El primer deseo ardiente de aprender lo da la nobleza del maestro.
San Ambrosio

Cuando del hombre se trata, es siempre su bien-ser lo que en última distancia está en juego. Pero —todo ha de ser dicho— para bien-ser es necesario bien-saber y bien-obrar, unitariamente en la unidad de la persona que así debe proceder.

Con una actitud excesivamente optimista pensaba Sócrates que la falta de virtud en un hombre radicaba sólo en su falta de conocimiento de lo que la virtud es; mas este falso optimismo no sólo estrecha la realidad fáctica en el lecho de Procusto del hombre teórico sino que, sobre ello, crea un grave problema a cualquiera que pretenda explicar por qué no es cierto que, instruido el hombre, se comporte necesariamente según la sana moral; por qué no es real que, como pregonaba un romántico laicismo finisecular, "por cada escuela abierta se cierra una cárcel". Cabalmente son precisamente los hombres tenidos por "inteligentes" quienes pueden planear y efectuar las acciones más ingeniosamente delictivas.

Así, pues, el saber no basta sino que ha de ser seguido inmediatamente por el llevar a cabo repetidamente obras virtuosas para llegar a generar un verdadero hábito de vida, un modo habitual de portarse bien. Por ello, ha de ser objetivo primario de la educación la formación de hombres (varones y mujeres) virtuosos, espiritualmente recios y decididos; virtud (del latín virtus = fuerza, vigor) indica un valor positivo en las acciones humanas, que hace valiosa a la persona misma y la ayuda a saber convivir en el respeto a los demás, pues su contexto social lo constituyen otras tantas personas valiosas. El hombre virtuoso es el hombre dotado de fortaleza interior, sereno, responsable; con el cual se puede convivir, en el cual se puede confiar.

Precisamente porque en la educación se trata primordialmente de encauzar al niño en la buena senda de su bien-ser, esa educación corresponde por derecho a los padres, a quienes compete la responsabilidad de decidir sobre el modelo de hombre que desean para sus hijos y ponerse a la tarea de conquistar ese objetivo arduo pero esencial.

Consecuentemente todo plan escolar, que ha de ser plan de instrucción educativa, debe partir de un claro criterio de "hombre"1 para que los padres responsables primeros, sepan a qué atenerse en cada caso y puedan elegir la escuela para sus hijos. Por su lado, los programas de instrucción-educación han de ser elaborados teniendo muy en claro que la finalidad de todo ese proceso ha de ser facilitar una lenta maduración personal que vaya aproximando a cada uno al hombre-modelo y a la sociedad-modelo que se quiere lograr; de otro modo no sólo se andarán a tientas las diversas rutas propuestas (como suele suceder) sino que, sobre ello, no se alcanzará a saber qué es verdaderamente esa educación-instrucción, y cuál debe ser su objetivo y contenido; y ni aun cuál es la necesidad de la instrucción-educación como tarea.

Así entendida, esa instrucción-educación debe reconocer una doble remota dependencia raigal: con respecto a la antropología como fundamento teórico; y con respecto a la ética como fundamento práctico. Esto aclarado, habrán entonces de considerarse los demás aspectos que importan al arte de la educación (educación en sentido activo) para lograr que el educando, la verdadera causa eficiente de la educación, llegue a poseer el hábito de la educación (educación en sentido pasivo); hábito gracias al cual se va preparando para hacerse cargo, paulatinamente, de su destino sabiendo y obrando concordemente. Como hábito práctico del bien vivir, la educación es fundamentalmente algo que se posee y no un proceso, aun cuando dicho hábito se vea necesariamente sometido al esfuerzo interminable de perfeccionamiento.2

Si se desconocen tales fundamentos teóricos, se acabará en un intento fallido; y abandonando el aspecto "educación en la virtud", se acabará por reducirlo todo a mera instrucción producto de enseñanzas básicas consuetudinarias más una cierta "puesta al día” de los programas, acuciado el maestro por las exigencias de los conocimientos científicos y técnicos del momento ("cursos de perfeccionamiento"). En ruta tal esa instrucción se adosará, simplemente, a la educación familiar; no habrá integración alguna con ella, y aun puede ocurrir que la instrucción lleve al educando a vivir, inconscientemente, una suerte de "doble vida" hasta no atinar a distinguir qué es lo fundamental: si la educación o la instrucción (mientras que la verdad reside en la adecuada integración de ambas). Esto trae como consecuencia desastrosa que el niño, huero de razones por las cuales portarse bien, se acostumbrará a obedecer sólo por "imposición", emprendiendo ya un errado camino. Si el lector nos quiere acompañar en una vuelta a Sócrates, podrá divertirse (o llorar): hablando precisamente de la educación en el gusto por el orden y aseo en los jóvenes, dice Sócrates: "Sócrates: [...] este afecto por el orden los acompañará a todas partes y ayudará a crecer y a restablecer lo que quedaba del Estado anterior [...]. Entonces estos hombres descubrirán preceptos que, tenidos por pequeñeces, sus predecesores habían dejado completamente de lado [...] tales como éstos: que los más jóvenes callen frente a los más ancianos cuando corresponde, les cedan el asiento y permanezcan ellos de pie; el cuidado de sus padres, el pelo bien cortado, y lo mismo la ropa, el calzado y el porte del cuerpo en su conjunto, etc. [...]. Pero pienso que sería ingenuo legislar sobre estas cosas: en ninguna parte se hace, y si fueran legisladas, ni la palabra escrita ni la oral las harían perdurar. "3

En fin... Consciente era Sócrates de la importancia de la cortesía en el trato, como muestra del debido respeto; y de la trascendencia de esa armonía que debe existir en el hombre-uno entre su cuerpo y su alma, pues al cabo "lo de fuera" siempre reconoce algún "de dentro" que lo explica y motiva. Bien ha sido dicho que, si no se vive como se piensa, se acaba pensando como de hecho se vive. El hombre siempre obra por alguna razón, aunque parezca que lo hace caprichosamente; y cuando se pretende argüir que nada tienen que ver ciertos modos de vestir o de comportarse, se está cometiendo una equivocación por falta de finura de espíritu al juzgar; no es cierto que los rudos comportamientos actuales respondan sólo a una moda pasajera: todo ello transparenta un modo de pensar, aunque sean algunos lo que piensan y muchos los que obran miméticamente.

Desde el punto de vista de una educación-instrucción reducida a sola esta última, la formación del hombre virtuoso se disolverá en una serie de conocimientos deshumanizados, meramente técnicos, simples escalones para seguir adelante en los estudios y, al cabo, ganarse la vida. Esta ausencia del valor humano integral en la educación se va agravando en tanto se ascienden los estratos escolares; y tal parece que, en la medida en que se está ante escolares de mayor edad, en esa misma medida se desentiende el maestro de lo virtuoso para instalarse en lo científico. Escala de deshumanización que se hace trágicamente visible en nuestro medio universitario, donde el título que al cabo se logra es normalmente un mero certificado de basta artesanía, de cierto conocimiento (que por ello es un conocimiento incierto) de técnicas más o menos aplicables.

Pero el hombre, en su misma esencia, en aquello por lo cual desde siempre es hombre y sobre lo cual debe edificar lo ocasional histórico, quedará crudo, primitivo, desvalorizado; y a su tiempo dará los frutos que estamos ahora observando: la despreocupación por el bien-ser del hombre y la exacerbación de un bien-estar buscado a otro trapo, muy a menudo con gran desinterés por las aspiraciones y los derechos del prójimo.

En un diálogo sobre el arte de gobernar, entre Sócrates y Alcibíades, quien expresaba su decisión de dedicarse a lo político, se dicen cosas que deben ser cuidadosamente consideradas: habiendo llegado a un acuerdo según el cual "No es posible ser feliz si no se es sabio y bueno", continuaban por estas vías:

"Sócrates: O sea, no son murallas ni trirremes ni arsenales lo que necesitan las ciudades para ser felices; ni siquiera mucha población ni grandeza, si carecen de virtud.

Alcibíades: Está claro que no.

Sócrates: Por ello, si vas a conducir los asuntos de la ciudad de manera correcta y conveniente, tendrás que hacer partícipes de la virtud a los ciudadanos.

Alcibíades: Desde luego.

Sócrates: Pero ¿se podría hacer partícipe de algo que no se tiene?

Alcibíades: En absoluto.

Sócrates: Entonces, en primer lugar tienes que adquirir la virtud, y también quienquiera que esté dispuesto a gobernar y cuidar no sólo de sus asuntos en particular y de sí mismo, sino también de la ciudad y de sus intereses."4

Todo ello va dicho directamente del político; mas la aplicación al maestro y la educación es inmediata pues al cabo "Gobernar es educar en la virtud" (Sócrates); y hasta tal punto que, como bien lo concluye Alcibíades un poco más adelante, “la falta de virtud es de naturaleza servil"; pues proceder sin virtud es hacerlo caprichosamente ("yo lo siento así"; "primero mi comodidad"). Aspectos todos que hablan de un infantilismo de hombre antojadizo y no precisamente de su racionalidad.

El caprichoso cree que proceder según sus raptos es ser un hombre libre: esto es ser simplemente caprichoso, peligrosamente caprichoso. Pues la libertad no consiste en hacer lo que se quiera sino en aceptar de grado y libremente someterse a la verdad y al bien como a valores supremos, y vivir concordemente, eligiendo dentro de los diversos modos que en cada caso concreto existan de hacer las cosas bien. Y por cuanto no es posible convivir sin un mínimo de buen comportamiento aunque sea forzado, el hombre se ve obligado, de todos modos, a obedecer, haciendo a la fuerza lo que no es capaz de hacer por virtud. Quien solo obedece a la fuerza tiene espíritu de sujeción, es un esclavo.

No entender esto es no hacerlo con la importancia de la educación; y aun cuando en toda campaña política se pretenda que será la educación la "prioridad uno —como malamente se dice para enfatizar su importancia— y no obstante cuanto se hable de ella desde todo nivel gubernamental, cuando llega la hora de la verdad se la deja casi abandonada a su inercia basal; porque, sea como fuere, escuelas y maestros los hay, los padres continuarán enviando sus hijos, y algo aprenderán éstos, pasando con mayor o menor gloria de escalón en escalón, así esa escala parezca un palo enjabonado.

El hombre es el ser educable por excelencia, el único propiamente educable: y su educación debe conducirle a una unidad personal de pensamiento y de acción, siendo desde esa unidad de "ser educado" debe emerger todo que su comportamiento. Cuando se habla de ciertas "educaciones" particulares (sexual, vial, social, laboral, etc.), se están confundiendo, una vez más, los términos: todas ellas no son más que instrucciones mejor o peor adecuadas a situaciones que deben ser asumidas en la única educación real: la educación en la virtud; estado desde el cual debe el ciudadano querer aprender las normas, y cumplirlas porque entiende que en ello va su bien y el bien social; lo demás será mera coerción, con el consiguiente juego de ley y trampa, pues quien no sea de por sí responsable no lo será coercitivamente, sabiendo que de todos modos son escasas las probabilidades de ser pescado in fraganti, ante la imposibilidad práctica de multiplicar indefinidamente el número de los guardianes del orden.

La ausencia de un verdadero aprecio por la educación nos tiene ya inmersos en una situación paradojal; pues mientras se reclama una libertad incondicionada —que no puede existir—  se van declinando responsabilidades personales en terceros (autoridades de todo orden), quienes, si deben asumir esas responsabilidades, se toman el poder; poder que crece en la medida en que va desapareciendo la voluntad de convivencia armónica, imponiéndose por la fuerza a aquellos mismos intemperantes primeros.

Es claro que tales desmesuras no se corrigen sino que sólo se comprimen con leyes coercitivas que jamás llegan a convencer pues no van al meollo de la cuestión sino a salir del paso con aparente economía de medios; y decimos aparente, porque a la larga lo que se logra es generar mayor espíritu de ignorancia y de desorden. Mas por cuanto de algún modo deben responder a los reclamos de orden de la sociedad, acaban las autoridades convirtiéndose de gobernantes en "fabricantes de leyes", legislando coercitivamente en temas de todo tipo hasta lo impensable. De modo tal que lo que debería ser un modo de vida producto de la correcta educación en las buenas costumbres, en el buen gusto, la cortesía, la lealtad, la honestidad, el trabajo diligentemente hecho, etc., acaba siendo ridícula y fracasadamente materia de una mente coercitiva y no un factor de armonización de partes virtuosamente dispuestas a acatar la verdad y la justicia, porque en el aprecio ellas han sido educadas.

El rechazo del esfuerzo que significa vivir educadamente (de dentro afuera) conduce a la mucho mayor carga de vivir sometidamente.
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1 Dado el uso incorrecto habitual de este término, vale la pena aclarar que "hombre" no se contrapone a mujer: "hombre" es genérico y se especifica como varón o mujer.

Véase al caso nuestro trabajo: "La educación, ¿proceso o resultado?", en Educadores, 1972, XV, pp. 203 y ss.

3 Platón, Alcibíades, 425 ab

4 Platón, Alcibíades, 134 a ss.

Tomado de: Palacios, A. y EtcheverryL. A. (2001). Contar bien es lo que cuenta, que contar cualquiera cuenta. Buenos Aires: Lumen

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