Primera lección de Estadística por Eduardo H. del Busto


Estas reflexiones preliminares al curso de Estadística, tienen por objeto poner de manifiesto algunos rasgos de la materia que son idénticos o similares a los de muchas otras disciplinas integrantes del plan universitario de estudios. Al decir ello justificamos el carácter de inaugural de esta lección y admitimos, con íntimo placer, un auditorio circunstancial tan heterogéneo como el presente.

El primero de los rasgos aludidos es la antigüedad de la problemática, característica general del quehacer científico o precientífico en cualquier ámbito; el segundo la sencillez de los presupuestos que permiten edificar una ciencia, sencillez que nos resulta reveladora del hondo misterio que rodea a los hombres; el tercero, la innegable influencia que ejerce sobre nosotros, sujetos de conducta, por las implicancias educativas correspondientes.

A medida que desarrollemos estos tres puntos con referencia a la Estadística, iremos dejando ver cómo el diablillo socarrón de la crítica más primaria, cual es la mofa y la burla, ha ido sembrando de dudas transitorias los logros del ascenso sin pausa y cómo a la postre tales dudas quedan vencidas por obra de la perseverancia, a modo de los cuentos infantiles donde el bien prevalece sobre el mal.

La opinión que mucha gente conserva aún de la Estadística es que esta materia consiste en un reservorio de estadísticas, es decir, de tablas repletas de cifras encolumnadas, o de fechas de nacimiento y de muerte, de resultados de competencias y certámenes, de gráficos, de censos, de encuestas. Nada más que un amontonamiento de citas curiosas o anodinas, pertinentes o innecesarias a veces, pero siempre en cierto modo ridículas, como una especie de erudición inútil, sin substancia ni finalidad; sobre todo sin finalidad.

El Manual del Himeneo, de O. Henry, contiene un párrafo muy a propósito que ha merecido ser reproducido como epígrafe :

    "—Sentémonos sobre este leño a la vera del camino —le digo —  y olvidemos la inhumanidad y la ruindad de los poetas. La belleza ha de buscarse en esas brillantes tablas donde se consignan datos provenientes de lícitas mediciones. Este mismo leño sobre el cual nos sentamos, Sra. Sampson  —le digo— nos enseña que la Estadística es más maravillosa que cualquier poema. La circunferencia del tronco muestra que ya tiene 60 años de edad. A 2000 pies bajo tierra se hubiese transformado en carbón después de 3000 años. La mina de carbón más profunda del mundo se halla en Killingsworth, cerca de Newcastle. Un cajón de 4 pies de largo, 3 de ancho y de 2 pies 8 pulgadas de hondo contendría una tonelada de carbón. Si se corta usted una arteria, comprima la herida. La pierna del hombre contiene 30 huesos. La Torre de Londres se quemó en 1841".
    "—Continúa usted Sr. Pratt —dice la Sra. Sampson— esas ideas tan originales y tranquilizantes. A mí me parece que las estadísticas son todo lo bellas que es posible ser".

Con justo motivo una relación pormenorizada de hechos sueltos o incoherentes, privada de una finalidad cognoscitiva loable, provocará la burla. Sin embargo, nadie siga creyendo todavía que la Estadística es el tacho de residuos de la memoria humana. Mofas como la recordada, de Henry, echarán por tierra cualquier pretensión de resucitar tan errónea, fragmentaria, superficial y hueca concepción, cuya inconsistencia raya en lo pueril.

Pero tampoco vayamos a irnos al otro lado, movidos por el ánimo de contrabalancear la crítica. Los extremos son viciosos, sobre todo en Estadística, donde impera la áurea mediocridad.

Como ejemplo del otro extremo, el cual hay que evitar, sirva la siguiente anécdota de por sí elocuente e ilustrativa de lo que no debe hacerse :

Dos versos del gran poema de Tennyson, La Visión del Pecado, dieron lugar a una asombrosa misiva del calculista y matemático Charles Babbage, concebida en las palabras que copiamos a continuación: "En vuestro poema, por lo demás hermoso, hay unos versos que dicen:

A cada instante un hombre muere, 
A cada instante un hombre nace.

Debo manifestaros que, de ser cierto este aserto, la población del mundo se encontraría estacionada. En verdad, la tasa de nacimientos excede ligeramente a la de las muertes. Os sugiero que en la próxima edición modificarais vuestros versos de la manera siguiente:

A cada instante un hombre muere, 
A cada instante 1 1/16 de hombre nace".

Por contraposición se infiere que la substancia de la anécdota, en pocas palabras, es que el ser sabios no debe impedirnos el ser finos. ¡Y pobre del hombre de ciencia cuya sensibilidad se mantenga al nivel de los minerales!

Lo que Laplace afirma de la probabilidad, retengamos nosotros respecto de la Estadística: el buen sentido reducido a cálculo.

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Si consideramos que la Estadística es tan antigua como la humanidad organizada socialmente, estaremos de acuerdo en que su origen o invención responde a una suerte de necesidad y a un recurso de la inteligencia.

Son varios en calidad y numerosos en cantidad los testimonios (y aún monumentos) de los pueblos más remotos en el tiempo, donde se inscriben recuentos, catastros, censos, listas de precios y salarios, elementos descriptivos de la hacienda pública y privada. Parece innegable que tales registros obedecían a una clara finalidad de gobierno, de ordenamiento administrativo y de cómputos militares: tributos, impuestos, disponibilidad de soldados, distribución de riquezas, etc. Si no hubiese sido así, no se encontrarían en tanta cantidad y en puntos tan distantes entre sí.

Sábese que en el año 2275 a. C. los chinos levantaron un censo que arrojó 13.553.923 almas en sus dominios. El libro de los King, que se remonta al 2238 a. C. es, por su parte, un verdadero catastro y, además, una guía de las condiciones agropecuarias de cada zona del imperio celeste, evidentemente útil a las autoridades.

El Darmasastra, código civil y religioso de la India, informa, hacia el año 1200 antes de nuestra era, acerca de las condiciones militares, económicas y tributarias que interesaban a los gobiernos de la época.

Heródoto asegura que los antiguos persas llevaban prolijos registros sobre productividad de suelos, sobre medios de comunicación y sobre recolección de impuestos.

En la Biblia, un libro completo, el cuarto del Pentateuco, titulado Los Números, está consagrado a informar puntualmente los resultados de grandes censos habidos en Israel. Es un notable testimonio de que hoy denominaríamos Estadística demográfica aunque, según teólogos y exégetas, la finalidad perseguida fuese solamente religiosa. Los Números cuentan cómo Jacob marchó a Egipto con 70 adultos en edad militar en el año 2128 a. C.; cómo fueron 600.000 almas las que huyeron de Egipto con Moisés en 1697 a. C. Un año después, en el Monte Sinaí, la población llegaba a 603.500 personas y al concluir el deambular por el desierto descendía a 601.730. También Los Números consignan que en tiempos del rey David, en 1018 a. C. contaban los hebreos con 1.511.000 personas en edad militar, lo que permite colegir que la población total en épocas del rey arpista llegaba a unos 3.757.000.

Conociendo el hecho de que Licurgo dividió Laconia en 39.000 porciones de las cuales 30 mil asignó a los lacedemonios y 9 mil a los espartanos, y que Solón, en 590 a. C., separó la población de Atenas en cuatro categorías a las cuales fijó rentas diferentes y proporcionadas, es legítimo inferir que ambos legisladores griegos utilizaban buenos recuentos y censos de personas. Como al presente se estima que hacia el 432 a. C. había en Grecia unos 3.051.000 hombres libres, pensamos por analogía que una sociedad tan nutrida exigía una técnica de gobierno basada en informaciones fidedignas de tipo censal.

La institución más o menos regular de los censos se debe a Servio Tulio, en Roma, a partir del año 566 a. C. Los numerosos censos levantados desde entonces configuran una precisa finalidad militar y política. Inferencias que ellos permiten efectuar concluyen que en el año 47 de nuestra era, había esparcida por toda Italia una población de 19.998.000 romanos.

En sus invasiones arrasadoras, los bárbaros destruyeron muchas estadísticas pacientemente acumuladas en la Antigüedad. Pero en la alta edad media el feudalismo y en la baja edad media la Iglesia y las comunas, elaboraron nuevas recopilaciones de asuntos variados y minuciosamente anotados.

Los registros eclesiásticos de nacimientos, bodas y defunciones, confeccionados primero voluntariamente y, después del Concilio de Trento, en forma obligatoria; los censos efectuados por los árabes en sus dominios; por Carlomagno y demás reyes franceses; por las muy codiciosas repúblicas italianas; etc.; han servido sin duda para fundamentar sólidamente predominios y para racionalizar tácticas de gobierno secular o religioso de las más heterogéneas categorías. Por poseer casi siempre un principalísimo objetivo como ser el de informar rápidamente a los gobiernos sobre todo lo que pudiera ser, según terminología actual, materia imponible, no eran, ni mucho menos, simples registros incoherentes e inútiles, comparables al que ofrece el Sr. Pratt a la Sra. Sampson en el Manual de Himeneo antes citado. Al contrario, eran útiles, y, por la manera de aflorar y de ser usados por todos los pueblos de la tierra, parecen necesarios o propios del hombre social. Si preguntásemos si eran buenos o malos, se nos debería responder que, como pasa con todo instrumento en manos del hombre, son para bien o para mal según el corazón del hombre que los tenga en esas manos.

Traemos esto a colación porque los censos son vistos casi siempre con aprensión, como aquel estupendo catastro levantado por Guillermo el Conquistador, entre los años 1083 y 1086, cuya fama proviene, empero, del despiadado uso que de él hicieron los señores; pues cada vez que la nobleza requería más tributos, las exhaustivas tablas del catastro facilitaban el hallazgo de más materia imponible que haría engrosar las arcas del tesoro en detrimento del pueblo. Por eso los sajones llamaron a aquel catastro tan famoso el Doomsday Book, o sea el Libro del Juicio Final. Innecesario es discutir sobre quién recae la culpa.

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No hemos querido hacer la historia de la Estadística, mas hemos debido fundamentar el aserto que vamos a repetir. La Estadística nace con la sociedad organizada y tiene (subrayemos) una intrínseca necesidad de ser, pues al tratarse no ya de individuos sino de colectividades, han de utilizarse medios diversos, técnicas distintas a las que valen con el hombre solitario, que sepan adecuarse cada vez más a la cambiante vida multitudinaria. La historia humana ha probado que una cosa es el hombre y otra cosa el hombre en sociedad.

Como dice Tippet, el problema central de la Estadística es tratar grupos en vez de individuos particulares. Esos grupos tienen características de que carece el individuo; pues en ellos el individuo se sumerge y pierde su individualidad. Cuando ésta se disuelve da lugar a un nuevo ente, como el ave  fénix, que surge de las cenizas. En cierto sentido la población es más que el individuo y en cierto sentido es menos.

Concepción tal no es privativa de la Estadística pues se la halla en otros campos del saber. Dice Rousseau en el Contrato Social, hablando de la voluntad:

   "Cada individuo como hombre puede tener una voluntad particular contraria o diferente de la voluntad general que posee como ciudadano. El interés particular puede hallarse en él muy diferentemente a como se halla el interés común. A menudo existe una enorme diferencia entre la voluntad general y la voluntad de todos; ésta considera sólo el interés común, mas la otra toma en cuenta el interés privado y resulta ser una suma de voluntades particulares; pero quitad de estas mismas voluntades los más y los menos que se compensan entre sí, y la voluntad general permanecerá como suma de todas las diferencias particulares". 

La misma idea está bellamente expresada en un pasaje de Old Junk, de Tomlinson:

  "Su tienda olía como los naturales. Era un olor a café, especias, queso, haces de madera, hogazas, cestas de yute; pero no era ninguna de estas cosas, pues las esencias antes separadas estaban tan bien entremezcladas en antiquísima combinación, que constituían un olor indivisible, peculiar, no desagradable...".

La problemática de la Estadística en una primera etapa de su desarrollo puede sintetizarse, pues, en estas pocas palabras: Conocer un conglomerado humano a través de datos individuales, y obtener de ese conocimiento una aplicación utilitaria inmediata; prever la conducta colectiva a grandes rasgos y planear una acción acorde con las posibilidades de esa conducta.

Pero mucho tiempo iba a pasar todavía antes de que el ámbito de la Estadística, hasta entonces sólo social, pasara a ser lo que es hoy. No era fácil darse cuenta que las técnicas empleadas en la elaboración de datos sociales (censos, catastros, etc.) no dependían para nada del hecho de que los datos fuesen o no sociales, es decir, de que se refiriesen o no a los hombres o a los productos de sus fatigas o privilegios. Las técnicas consisten, en esencia, en un arte para el tratamiento de datos, simplemente de datos acumulados, sin cuidar que provengan de fuentes sociales o no, y, por tanto, pueden aplicarse a cualquier otro tipo de registros encubridores de relaciones probabilísticas que deseamos hallar. La Estadística sirve entonces también a los registros astronómicos, meteorológicos, a las tablas de mediciones físicas, químicas, biológicas. La única exigencia es la de contar con una colección grande de datos; muchos datos, muchos números muchas experiencias registradas. Y, para tal caso, la técnica de la Estadística permite encarar con cierta fortuna el estudio de poblaciones y agregados de cualquier naturaleza, prever el comportamiento colectivo sobre la base de los datos consignados, y, acorde con las posibilidades de ese comportamiento, planear una acción científica. Ciencia de lo masivo. que había empezado por ser sólo social, pasa a abarcar por completo el dominio de lo multitudinario y, por tanto, átomos, galaxias, cultivos, razas, lenguas, etc., devienen campo de sus actividades más corrientes,

El salto de la escala humana a la universal fue dado cuando alguien maravillosamente ingenioso advirtió que las consecuencias de una recopilación estadística eran obtenibles por vía y obra de la comparación de datos, provinieren éstos de cualquier fuente de numerosidad. Primero, alguien hizo comparaciones demográficas; después otros extendieron el método a los demás dominios.

Este avance de la Estadística, de descriptiva a analógica, sigue las huellas que vamos a indicar muy sucintamente a continuación.

El auge de la imprenta produjo un aumento en la cantidad y variedad de censos, reseñas, informes y catastros que procuraban la descripción de fenómenos sociales masivos. El Renacimiento, tan propenso a la observación, acentuó esa tendencia descriptiva. Luego los grandes reyes, por vanagloria, multiplicaron la ostentación del catálogo de sus riquezas. Felipe II, Luis XIV, los Federicos, Napoleón I, usaron y abusaron de las estadísticas. Los alemanes del siglo XVII ordenaron ya la enseñanza de la estadística descriptiva, y Conring, Schmeitzel y Achenwall comenzaron a efectuar sistemáticamente las primeras comparaciones y a extraer las primeras consecuencias de tales comparaciones.

Pero la responsabilidad, si no el honor, de haber fundado de modo definitivo la estadística científica sobre la base de las comparaciones de frecuencias, se atribuye a un oscuro tendero de Londres, llamado John Graunt, que vivió y padeció entre 1620 y 1674.

Las fuentes que valieron a Graunt son macabras: los informes policiales de la ciudad de Londres sobre las presuntas causas de defunción de los habitantes. La compilación empleada abarca 57 años y alcanza a 229.500 fallecimientos registrados. El método utilizado es sumamente simple, a saber, cálculos comparados de frecuencias relativas; la hipótesis fundamental asumida implícita, consuetudinaria o inconscientemente es ésta: la concurrencia de numerosos casos análogos produce una resultante cuya intensidad y demás características representan la totalidad del fenómeno colectivo.

El estudio estadístico del ingenioso tendero se concretó en una publicación que alcanzó rápida fama y llevó a su autor a ser incorporado a la Royal Society. Ello no fue óbice para que después se hiciera sospechoso de haber participado en el incendio de Londres y al morir se lo sepultara sin las honras que merecía su reconocido talento.

Las "observaciones" obtenidas por Graunt de los partes de defunción no son sino conclusiones conjeturales o probabilísticas, extraídas de las tablas mediante comparaciones de frecuencias. Por ejemplo, ellas afirman que la tercera parte de la población de Londres moriría antes de los 5 años de edad; que las enfermedades agudas, es decir (sic), las producidas por alteraciones del aire, matarían a los 2/9; que en Londres habría pocos crímenes, sólo 89 sobre 229.500, mientras que en París "pocas noches escapan sin su tragedia".

Así siguiendo, saca Grannt muchas conclusiones de interés y proyecta conseguir otras, con el mismo método, de mayor utilidad aún. De esta manera, propone determinar cuantitativamente la importancia de la mendicidad, clasificar la diversidad de ocupaciones de los ciudadanos, las distintas valuaciones de la tierra, las causas reales de desempleo, y los demás extremos que el Estado debe conocer para el mejor gobierno de una comunidad organizada... (Va sobreentendido que información de este tipo no se buscaría en tablas de defunción, sino en recopilaciones de datos ad hoc).

Como dijimos antes, el presupuesto tácito que posibilita extraer conclusiones de tal naturaleza es sencillo. Del modo como la concurrencia de fuerzas reales distintas sobre un cuerpo, ejerce un efecto colectivo igual al que provocaría una sola fuerza resultante, perfectamente medible pero de existencia casi ficticia y que no está representada en forma concreta por ningún agente, así si en lugar de observar la conducta de seres humanos como individuos aislados los consideramos en forma masiva y colectiva, surge una resultante ideal con caracteres humanos especiales no atribuibles a ningún hombre individualmente, pero que representa al agregado o conjunto con rasgos indelebles. Ante tal resultante ofrecida por las tablas de datos bien elaborados, el individuo es lo excepcional, y la masa (o sea lo mediano, lo mediocre) la nota común, Las posibilidades de una sociedad quedan resumidas en ese hombre medio fantasmal nacido al conjuro del método estadístico; las necesidades de una colectividad son las de ese ser ficticio producto de la mente, los cambios que experimente son los cambios de toda la sociedad considerada y no las de los individuos integrantes.

Al inventar el procedimiento para gobernar a muchos como si fueran uno, quedaba echada la suerte: en lo sucesivo ninguna multitud, fuera de hombres o de peces, de átomos o de astros, estaría libre del dardo acuciante del ingenio humano; y poco a poco se empezarían a tratar conjuntos de partículas, conjuntos de proyectiles, conjuntos de cuerpos celestes. Poco a poco también irían determinándose los denominados valores centrales de dichos conjuntos y fue así como, para recordar el más conocido de ellos, fueron encontrándose animales promedios, semillas promedios, partículas promedios, etc. los cuales nos proveyeron de mayor información o de información más útil acerca de la colectividad que representaban.

Las medidas de centralización son varias, aunque todas: provienen del clásico aforismo de la mediocridad dorada; pero el promedio es la más vulgar. No resistamos a la tentación de sonreír con Trilussa cuando se mofaba de esa medida irreal en el soneto titulado

LA ESTADISTICA

¿Sabes qué es la estadística? Una cosa 
con que se hace la cuenta general 
de los que nacen, van al hospital, 
a la curia, a la cárcel o a la fosa.

Mas para mí la parte más curiosa 
es la que da el promedio individual, 
en la que todo se parte por igual 
hasta en la población menesterosa.

Por ejemplo, resulta sin engaño,
que según la estadística del año,
te toca un pollo y medio cada mes.

Y aunque el pollo en tu mesa se halle ausente 
entras en la estadística igualmente,
 porque hay alguno que se come tres.

En la actualidad nadie tomaría en serio una humorada tan burda. Vivimos la era de la Estadística y comprendemos de tal manera las ventajas de sus métodos, que nos resulta innecesario defenderla. Por cierto, en un sentido trascendente nadie en tiende en modo cabal eso del promedio; mas el saber siempre se apoya en algo desconocido. Nadie entiende tampoco cabalmente lo que es número, lo que es justicia, lo que es belleza. A los hombres de ciencia no les está vedado creer aquello que no pueden explicar, y, más aún, están obligados a basarse precisamente en lo que no pueden explicar y entonces lo postulan o lo toman como principio.

La Estadística ha llegado a ser la ciencia de lo numeroso de la multitud, de lo acumulado, pues permite configurar los caracteres de ello por observación metódica y puede pronosticar el comportamiento de lo masivo por vía de inferencias conjeturales.

Como las grandes invenciones, sorda a las burlas y a los agravios, ha seguido creciendo sin pausa. Intercalemos aquí unas pocas reflexiones de variado origen más o menos adaptadas por nosotros.

Las investigaciones estadísticas no se limitan ya a estudiar sólo uno o dos caracteres de los individuos, sino muchos más. Así se han ideado métodos que permiten tratar muchos atributos, p. ej. la edad de casamiento de las personas vinculada a lo que ganan anualmente, el número de hijos que tienen, a la prolificidad de los cónyuges, etc.; pero sin embargo estos muchos atributos incluidos en el estudio no son sino unos pocos comparados con las características particulares del determinado matrimonio en el que nosotros estemos pensando ahora mismo. 

La Estadística es esencialmente totalitaria porque no se preocupa del individuo sino de la masa, de las clases.

Lo notable es que aun cuando los individuos de una población difieran y varíen, las características de esa población se mantienen estables. Eddington lo ha dicho magníficamente: 
"La vida humana es proverbialmente incierta: empero pocas cosas son más ciertas que la solvencia de las compañías de seguro". Es decir, no sabremos cuándo determinado individuo habrá de morir, pero la compañía aseguradora puede determinar con gran seguridad en cuánto ha de incidir una muerte en los poseedores de pólizas.

Galton ha escrito lo que sigue al referirse a la regularidad de las distribuciones de frecuencias:

    "Conozco pocas cosas tan a propósito para describir el maravilloso orden del cosmos, que la Ley de Frecuencias del Error. 
Esta ley habría sido personificada por los griegos como una deidad, si la hubieran conocido. Reina con serenidad sin ser notada aún en medio de la más salvaje confusión. A mayor atropello, a mayor anarquía, mayor es su influjo. Es la ley suprema de la Sinrazón. Cuando se está frente a una muestra de elementos caóticos y se los dispone en orden de magnitud, aparece una insospechada y hermosísima forma de regularidad que pareciera haberse hallado latente".

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En la actualidad la Estadística está capacitada para encarar los siguientes problemas: 1) Planear la recolección de datos a fin de que las conclusiones merezcan confianza; 2) Determinar el análisis de esos datos para librarlos de elementos espúreos; 3) Decretar cuáles conclusiones pueden ser extraídas de ellos y cuáles no; 4) Decidir en qué medida las conclusiones obtenidas merecen fe.

Es justo reconocer que la Estadística asume dignidad de ciencia por obra del astrónomo belga Adolfo Quetelet, quien fue el primer sistematizador de todos los conocimientos intuitivos todavía dispersos. En su gran obra Physique sociale (1835) se encuentra desarrollada la importante noción estadística de desviación la cual, junto con la antes mencionada del promedio, puede reputarse como fundamental para la caracterización correcta de los fenómenos azarosos colectivos.

En 1846 Quetelet dirigió en Bélgica un censo que fue el primero realizado con criterio científico moderno y en 1853 presidió el primer congreso internacional de estadística que tuvo lugar en Bruselas,

El salto es notable desde Graunt hasta Quetelet, pero la iniciativa, la dirección y el sentido estaban ya en el tendero londinense, de quien no debemos olvidar su penetración intuitiva y la audacia de su pensamiento.

La innovación en ciencia como en arte es una especie de don adivinatorio e intuición poética tan alejados del razonamiento encarrilado en el tobogán silogístico como está la misma vida de las explicaciones que damos de ella. Para alcanzar el grado de desarrollo actual, la disciplina de Graunt ha requerido el auxilio del cálculo de probabilidades y de la moderna técnica matemática. Ese auxilio poderoso le ha valido la erección de métodos dúctiles y severos, por medio de los cuales ha llegado a ser lo que es hoy, a saber:

Fundamento de la inducción científica y, por eso mismo, método de las demás ciencias; ciencia, a su vez, tanto de lo social como de lo físico donde impere la numerosidad; disciplina que homogeniza lo heterogéneo y cuantifica lo cualitativo; técnica de la predicción probabilística; sistematización de la conjetura y, por ende, piedra angular de la creencia racional. A tal punto han crecido sus dominios que, dentro de la lógica infinitovalente que reclama, aquella tradicional de lo cierto y de lo falso no es sino un esquema especial, un caso límite.

Hecha a la medida de la imperfección humana, a falta de certeza, la Estadística nos proporciona conjetura.

Por algo se ordena a los cristianos: "Nunca juréis, ni por el cielo, porque es el trono de Dios, ni por la tierra porque es el escabel de sus pies, ni por Jerusalem porque es la ciudad del gran rey, ni por tu cabeza jurarás... etc.". No ha sido otorgado a los mortales el don de la certeza. ¿Habrá que desdeñar el de la conjetura?

El hombre contemporáneo no tiene a menos a la conjetura. Han pasado los tiempos clásicos en que la certeza era la única aspiración atendible. Ya Platón ponía en boca de Sócrates un pensamiento al cual no podemos ceñirnos al presente. Dice Sócrates en el Filebo que aparte del arte de contar, medir y pesar, esto es, aparte de las artes perfectas por lo certeras, lo que queda, o sea, el mundo estocástico o conjetural, es muy poca cosa; porque la conjetura no es sino una especie de puntería o un don adivinatorio muy poco servido de ciencia fundada en razón.

Nosotros, sin embargo, al pensar en la Estadística como aventura precisamente del intelecto, como instrumento capaz de penetrar el intrincado secreto de lo multitudinario, en virtud del cual se consigue servir a las modernas técnicas del Estado tanto como a las de las ciencias físicas, de la química, de la biología, de la ingeniería, de la economía, de la psicología, de la joven cibernética, de las grandes corrientes literarias y culturales, etc., al pensar en ello, no podemos sino saludar a la hija del tendero Graunt con los honores que merecen las grandes conquistas de la inteligencia.

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Para terminar, permítasenos aún referirnos a la influencia  que la Estadística ejerce sobre el hombre, sujeto de conducta, por las implicancias educativas que comporta.

En cuanto se refiere al desarrollo de la personalidad humana, la enseñanza de la Estadística proporciona objetivos pedagógicos encomiables. Si el espíritu humano fuese adiestrable y capaz de robustecerse con el ejercicio cotidiano como ocurre a los músculos del cuerpo, no cabe duda que la práctica de la Estadística beneficiaría a la condición humana.

Para comprender lo que decimos basta tener en cuenta los requisitos intelectuales y morales indispensables en un estudio estadístico.

En efecto, la sola interpretación de los datos tabulados exige sagacidad, ponderación y espíritu cultivado, atento y ágil. La interpretación además está regida por normas explícitas que reciben el título de cánones de lógica estadística y cuyo contenido moral es obvio. Los cánones imponen ecuanimidad, imparcialidad, positividad y modestia. 

Ecuanimidad, o sea, abandono de ideas preconcebidas, exclusión de razonamientos intencionales, rechazo de cualquier intento de falsa justificación; 

Imparcialidad, o sea, respeto a los datos, eliminación de tendencias o preferencias personales, abstención del fraude;

Positividad, o sea, sujeción a las conclusiones obtenidas, con eliminación de extrapolaciones no científicas; 

Modestia, o sea, aceptación del carácter conjetural según el cual se admite que las conclusiones obtenidas no son ciertas sino solamente probables.

No creemos que sean triviales estos cánones de lógica estadística, sobre todo entre nosotros, tan poco propensos a la sencillez. Tampoco creemos que sean exclusivos de la Estadística, por lo que advertimos al principio que íbamos a hablar de temas comunes a muchas disciplinas del plan universitario de estudios. Sólo queremos subrayar que las condiciones más importantes para la investigación en general, para la científica en especial y para la estadística en particular, son de prosapia espiritual.

Nada conseguirá un país con grandes bibliotecas, modernos laboratorios y excelente material, si las personas que los usan no son sencillas, porque sin sencillez no hay ciencia ni tampoco directa inteligencia de las grandes y pequeñas cosas.

Por consiguiente, extraigamos de esta clase dos moralejas y dediquémoslas a los alumnos :

La primera lección que nos enseña la Estadística es que debemos vencer la soberbia, la petulancia y la arrogancia; la segunda, que debemos ser cautos y sencillos para así precavernos de la peor ceguera: la de la ignorancia.

Reflexionen ahora los alumnos por cuenta propia y saquen conclusiones personales. Ojalá lo que hemos dicho les sirva de información, pero sobre todo, también de formación.

Tomado de: del Busto, E. H. (1960). Primera lección de Estadística. Bahía Blanca; Universidad Nacional del Sur-Extensión Cultural.


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