Ser docente en época de cambios. Por Jaia Barylko

Jaia Barylko es licenciada en Psicopedagogía y profesora de Ciencias Bíblicas y Pedagogía Aplicada.
Es asesora pedagógica en el Consejo Central de Educación –AMIA– (desde 2000) y colaboradora del Departamento de Cultura de AMIA.
Fue coordinadora de práctica docente en el Instituto Superior de Pedagogía y Ciencias Judaicas SHAZAR (1985-1998); profesora de Ciencias Bíblicas y Didáctica, profesorado de Nivel Inicial Sh. I. Agnon (1981-1999); profesora de Exégesis y Hermenéutica, Facultad de Humanidades, Universidad Maimónides (1996-1999); autora del proyecto, para el EGB 3, de carpetas didácticas para la enseñanza de los contenidos transversales en las fuentes, ORT Argentina (1994-1997).
Ha dictado cursos para docentes en la Argentina y en el exterior.

SER DOCENTE EN ÉPOCA DE CAMBIOS

“Un buen maestro debe ser un hombre de existencia real. Los alumnos deben sentir auténticamente
su presencia. El maestro educa por contacto. Contacto es la palabra clave en la educación”.
Martin Buber

HACIENDO UN POCO DE HISTORIA

Otrora el eje de la educación pasaba por el maestro, representante del mundo de los adultos y de los ideales conservadores de la sociedad. Los niños eran aprendices de hombres; había que prepararlos para que fueran idénticos a sus padres y a sus abuelos, y de esa manera se preservaría la continuidad.

El siglo XX lanzó el grito de rebelión. Fue el siglo del niño. Tiempo de ideas revolucionarias, de ideas refrescantes. De la escuela de los libros se pretendió pasar a la de las vivencias; de la autoridad de lo establecido, a la libertad de lo que cabe descubrir por uno mismo; del maestro, al alumno; de la enseñanza, al aprendizaje.

Fue el siglo del desarrollo metodológico. Se dio preferencia al cómo hacerlo y pasó a un segundo plano el qué, es decir, los contenidos portadores de valores y sentido.
Pero, como suele suceder en los procesos históricos,las ideas revolucionarias se degradan y desgastan, y que da de ellas más formalidad que contenido.

HABLAR NO ES EDUCAR

Entre los mitos mayores de la sociedad está el de creer que lo que se dice acerca de la educación es igual a lo que se hace en educación. En la educación, como en la ética, la distancia entre retórica y realidad suele ser, a veces, sideral. Comenta Benjamin J. Bloom: “Al aspirar a objetivos elevados [...] hay que contar con que los docentes y la administración se dedicarán a conseguirlos. Por lo tanto, si se postulan tales objetivos no ha de hacerse livianamente ni esperando lograrlos mediante algún proceso semimágico [...]”.

En la historia argentina se ha cultivado en cierta forma esa dicotomía entre teoría y praxis pedagógica. Como dice Juan Carlos Tedesco, “[...] si la máxima aspiración de los  educadores de fines del siglo pasado era la autonomía política y económica, la realidad del funcionamiento del sistema educativo se encargó de contrariarlos. A pesar de eso, o quizá debido a eso, la autonomía de la educación fue cobrando fuerza en la mente de los educadores, ya que no era posible en la realidad”.

¿TODO TIEMPO PASADO FUE MEJOR?

Por supuesto que no. Pero cabe admitir que eran tiempos de solidez de valores, creencias y mensajes. Normas y pautas de conducta regían los cuerpos y las mentes, recortando el bien y el mal. Eran también tiempos autoritarios, que se reconocían como tales.

¿Y EL DOCENTE, QUÉ LUGAR OCUPABA?

Tanto el maestro como el profesor eran respetados y socialmente considerados. Se valoraban sus conocimientos, su vocación, su abnegación. Eran referentes de la comunidad. Se sentían acompañados y apoyados en la tarea educativa por la familia y la sociedad toda.

CARACTERÍSTICAS DE NUESTRO TIEMPO

Vino la posmodernidad, cayeron las certezas y se instalaron las incertidumbres. Ya no somos ni podemos ser “por tradición”. Ahora debemos ser “por decisión”, y por compromiso con esa decisión.

Como es de suponer, la educación no fue ajena a la ideología social posmoderna. La falta de fundamento axiológico fue el signo más notable de la crisis educativa, y cuando la educación se pone al servicio de tablas de valores contradictorios, sus productos suelen ser contradictorios y ambiguos.

“La escuela es moderna, los alumnos son posmodernos. Los currículos escolares, los proyectos  educativos de cada centro, las leyes de educación necesitan para sobrevivir puntos de referencia, y en cualquiera de ellos hace su aparición la razón moderna. [...] A la diferencia y al relativismo se les oponen la rigidez y la unidad de los planes de estudio, a la velocidad de los cambios tecnológicos, la perennidad de la ciencia clásica, y al absurdo y el desinterés de las humanidades, el deseo de encontrar un sustrato espiritual” (Colom, A. J. y Meilich, J.-C., La educación en la cultura de la posmodernidad).

¿Y EL ROL DOCENTE, DÓNDE ESTÁ?

Cabe reafirmar que fuimos y somos necesarios. La educación depende del maestro, de la enseñanza y también del alumno, de lo que éste quiera o pueda captar de esa enseñanza y elabore en su interior. Y él depende, a su vez, de sus padres, que dependen de la sociedad, y de sus valores, es decir, firmes creencias acerca de lo que es y debe ser la educación.

“El drama de la escuela actual es su soledad, y haberse transformado en la salvadora o hundidora de la humanidad.
Todo el mundo sabe que de la educación depende el futuro de la sociedad, pero cuando pronuncian esa palabra, educación, la recluyen en la escuela y en el pobre maestro (pobre por lo que sufre, pobre por lo que gana).

Además de enseñar Matemática, Computación, Biología y todo el resto de materias tan indispensables para la subsistencia humana, [...] debe educar en valores, en deberes.

Ésa es su función primordial [...] sólo que para ello tendrá que ligarse a la familia y también procurarse nexos de apoyo en la sociedad. Añares atrás, se discutía si la máquina no llegaría a desplazar al maestro. Y nosotros, los docentes, nos sentíamos heridos ante esa posible humillación. La herida narcisista fue superada. Hace rato que la máquina viene suplantando al maestro de la información, del conocimiento.
Hay un punto que no fue previsto entonces, cuando tanto se discutía al respecto, y es la función real del docente [...]: la función formativa de la persona moral” ( Barylko, Jaime. En busca de los valores perdidos).

BIBLIOGRAFÍA
Barylko, Jaime. En busca de los valores perdidos. Buenos Aires, Ediciones Santillana, 2002.
Exigencia y alas. Buenos Aires, Ediciones B., 2006.
Tenti Fanfani, E. (comp.). El oficio docente:Vocación, trabajo y profesión en el siglo XXI, Buenos Aires, Siglo XXI, 2006.
Colom, A. J. y Meilich, J.-C. Después de la modernidad. Nuevas filosofías de la educación. Buenos Aires, Paidós, 1997.


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