Si puedes conservar tu calma cuando todos a tu redor pierden la suya y te inculpan,
Si puedes confiar en ti cuando todos los hombres de ti dudan, y no obstante ser igualmente indulgente con sus dudas;
Si puedes esperar y no desalentarte en la espera, o, siendo tu engañado, no transigir con la mentira, o, siendo tu odiado, no dar lugar a más odio, y , aún así, no demostrar demasiada bondad ni hablar demasiado sagazmente;
Si puedes soñar -y no hacer de los sueños tu dueño;
Si puedes pensar -y no convertir tus pensamientos en designios;
Si puedes enfrentarte con Victoria y Fracaso y agasajar a ambos impostores de igual manera;
Si puedes tolerar escuchar la verdad que tú mismo expusieras, falseada por bribones para hacer de ella una trampa para tontos, o contemplar aquello por lo que diste tu vida, deshecho, y lanzarte a reconstruirlo con gastadas herramientas;
Si puedes hacer un cúmulo de todos tus aciertos y arriesgarlos en una vuelta de cara o cruz; y perder, y comenzar otra vez desde el principio y jamás mencionar palabra alguna sobre tu pérdida;
Si puedes obligar a tu corazón, a tus nervios y a tus fibras a que sean suficientes aún mucho después de su ausencia, y de este modo continuar cuando nada haya en ti excepto la voluntad que les diga: ¡Persistid!
Si puedes dialogar con muchedumbres y conservar tu virtud, o caminar junto a Reyes -y no perder el rasgo común, si ni enemigos ni amigos entrañables pueden herirte,
Si todo hombre confía en ti pero ninguno en demasía;
Si puedes saciar el inexorable minuto con el valor de sesenta segundos de distancia recorrida, tuya es la Tierra y todo lo que en ella habita, y -lo que es mas aún- tú serás un Hombre, ¡hijo mío!
Joseph Rudyard Kipling (*)
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