Foto: Jorge Luis Borges. Fuente: Eterna Cadencia |
Jorge Luis Borges y
Su concepción del mundo
Enrique Anderson Imbert
Para comprender la concepción del mundo de Borges conviene señalar primero lo que niega y después adivinar lo que afirma. Niega la posibilidad del conocimiento. Su escepticismo no es el del "solipsista" pues admite la existencia de una realidad exterior a su Yo: "El mundo desgraciadamente es real; yo, desgraciadamente, soy Borges", dijo en Otras inquisiciones. Es más bien el escepticismo de un "idealista critico" para quien cada mente individual construye su propio mundo pero como parte de la naturaleza. Gracias al lenguaje podemos comunicar los contenidos de nuestra conciencia a otros hombres; sólo que el lenguaje, al transformar la realidad en símbolos, la falsifica. La indagación filosófica y científica es un mero sondeo del lenguaje: analiza palabras que llevan a palabras, y éstas a otras, en un regreso al infinito. La filosofia —como todas las empresas de la conciencia humana— es fútil.
Esto es lo que la inteligencia de Borges niega. ¿Y qué es lo que su intuición poética afirma? Si el lenguaje, arbitraria combinación de símbolos, es inepto para filosofar, lo mejor será —opina Borges — renunciar a toda aspiración a la verdad y entregarnos al juego de la literatura. Por lo pronto, la literatura se beneficia de la arbitrariedad lingüística. El carácter metafórico del habla armoniza con el carácter onírico de los procesos mentales más primitivos y profundos. En esa zona de la personalidad donde cada hombre es la suma de todos los hombres porque, como en una vasta memoria colectiva, compartimos los mismos sueños, la literatura es creadora. Aun la literatura que quiere ser realista no puede menos de crear. Traduce la realidad, que no es verbal, en objetos verbales. Pero más creadora es la literatura que se despega de la realidad y, desde dentro de las palabras, fabrica un mundo autónomo. Es la literatura fantástica. El universo es un laberinto; la conciencia es un laberinto. Inventemos, pues, laberintos, como en "El jardín de senderos que se bifurcan". Inventemos hombres, como en "Las ruinas circulares". Inventemos planetas que reemplacen a nuestro planeta, como en "Tlön, Ugbar, Orbis Tertius". Ya que no podemos responder al problema del Ser con verdad, que nuestra respuesta sea poética. La literatura no nos dará la verdad, pero nos depara placer, y el placer es una alto valor vital. Por fútil que sea —todo trabajo intelectual lo es— la literatura es un modo hedónico de vivir. Un placer es sumergirse en la tradición literaria y reconocer que estamos recreando viejas creaciones. Otro placer es imponer formas rigurosas a la incoherencia de nuestro pensar. Pero el mayor placer es llenar el vacío de la realidad con un poderoso ímpetu de libertad. Porque la realidad, puesto que no la conocemos, es nada; y seríamos nadie sin el acto de la creación, cuando la temporalidad de nuestra conciencia se intensifica hasta irradiar belleza. El instante se expande y nos adueñamos del Tiempo. Es lo que le pasa al poeta Hladik en "El milagro secreto". La intuición de Borges, constante en toda su obra, parecería ser ésta: vivimos apresados en un laberinto de infinitas complicaciones, pero el punto de salida es muy simple: consiste en una lucha del espíritu contra los obstáculos hasta lograr la plena expresión de la singularidad de nuestra vida personal. Y la singularidad de Borges consiste en haber visto que la literatura es siempre ficción y que la realidad misma es ficticia. Precisamente porque presiente que la realidad es una maraña y que la literatura tiende también a enmarañarse, Borges procura imponerse un orden; de ahí su preferencia por el cuento de formas nítidas, con principio, medio y fin, uno de cuyos géneros más humildes es el "cuento de detectives".
Este borrar las fronteras entre la fantasía y la razón, entre el sueño y la vigilia, entre el juego y la angustia, entre el "yo" y el "no yo", entre la energía nerviosa del hombre y la naturaleza física rompe el laberinto y permite la feliz salida de la imaginación a un mundo libre.
Lo admirable de Borges no está en sus técnicas narrativas, más bien tradicionales, sino en su original concepción del mundo. En sus cuentos ofrece soluciones sorprendentes a los problemas del Ser, el Tiempo, el Yo, el Conocimiento, el Valor, el Lenguaje, la Estética, pero lo hace con procedimientos poco sorprendentes. Su Teoría del Ser postula que la realidad es un caos pero sus cuentos no son caóticos. Su Teoría del Tiempo refuta relojes y calendarios pero en sus cuentos la acción avanza linealmente. Su Teoría del Yo desintegra la persona pero en sus cuentos aun los personajes que pierden la identidad son reconocibles. Su Teoría del Conocimiento es radicalmente escéptica e iguala la razón con la sinrazón, pero sus cuentos están construidos con rigurosa lógica. Su Teoría de los Valores es relativista pero sus cuentos proponen un heroísmo absoluto: el de la conciencia libre. Su Teoría del Lenguaje es idealista y por tanto sabe que las palabras son arbitrarios usos individuales dentro de un sistema en perpetuo cambio, pero sus cuentos se dejan regular por una impecable gramática. Su Teoría de la Estética se funde en el asombro ante una revelación que nunca alcanza a formularse, pero sus cuentos prefieren comentar revelaciones ya formuladas en la historia de la cultura.
La nación, Buenos Aires, 22 de junio de 1986.
Tomado de la GACETA del Fondo de Cultura Económica.Agosto 1986. México.
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