Presencia de la matemática en cuentos de Gustavo Roldán

Gustavo Roldán (1935). Escritor, docente y periodista argentino, licenciado en Lenguas y Literaturas Modernas. Ha centrado su trabajo como director de colecciones de libros para niños; coordinador de talleres literarios de escritura y reflexión; de grupos de trabajo sobre literatura infantil; de talleres y encuentros con niños en escuelas y bibliotecas en su país.

Prefiere utilizar en sus cuentos para niños una serie de animales que conoció cuando chico en el monte chaqueño, donde vivió muchos años. Esos animales muy argentinos le permitieron verbalizar ciertos hechos y valores de la sociedad, desde el accionar de sus protagonistas. Así aparecen sapos, zorros, quirquinchos, tatúes, piojos, bichos colorados, ñandúes y otros tantos que ficcionalizan historias muchas veces parecidas a las de los seres humanos.

De su libro “El monte era una fiesta”, compartiremos dos cuentos que por construcción resultan similares: "¿ Quién conoce un elefante?" y "La lechuza que sabía razonar".

 En ambos, los animales reflexionan acerca de un objeto de conocimiento: cómo es un elefante y realizan diferentes hipótesis. Las conclusiones no resultan en ambos casos acertadas, como lo demuestran los dibujos que se presentan como demostración.


¿Quién conoce un elefante? 

Tal vez todo empezó ese día en que alguien nombró al elefante y nadie sabía qué era un elefante. No pasó nada, pero la palabra elefante, e-le-fan-te, e-l-e-f-a-n-t-e, ELEFANTE, comenzó a dar vueltas por muchas cabezas. —Yo no le tengo miedo al elefante —dijo el sapo inflándose. —Pero mire don sapo que dicen que vive muchos años —contestó preocupada la vizcacha. —Esas son puras historias, yo lo desafío a pelear a cualquier elefante que ande por ahí. Seguramente es un animal de patas gordas al que le hago una zancadilla, le salto sobre la cabeza y se rinde y no quiere pelear más. —¿Usted cree que es un animal con patas gordas? —preguntó la vizcacha. —Seguro, seguro. ¿Qué otra cosa puede ser? Y encima trompudo. 

—¿Trompudo? —Sí, sí. Si quiere se lo dibujo. Y con un palito el sapo hizo en el suelo un dibujo así: 

 


—¡Que bicho feo! —dijo la vizcacha—, ¿Está seguro de que es tan feo? —Sí, sí. Y cobarde. Porque ni siquiera se anima a correr conejos. Seguro que le tiene miedo a los conejos. Debe ser un animal orejudo. —¿Orejudo? ¿Usted cree que es orejudo? Más que seguro. Y con la cola corta, que es lo más feo que hay. Lindos son los animales con cola larga y mejor sin nada de cola, pero con cola corta... Mire, se lo dibujo: 

—Pero, don sapo, ¿y si tiene grandes dientes? —dijo preocupada la vizcacha. —¿Grandes dientes? No me haga reír. No debe tener más que dos. Sí, seguro que solo tiene dos. Lindos son los animales que tienen muchos dientes, y más los que no tienen ninguno. Pero tener solamente dos... —¿Y si son grandes? —Si son grandes deben ser inútiles de grandes. Serán así:

 


—¿Y será todo peludo? —¿Peludo? No. Como si lo estuviera viendo. Lindos son los animales peludos, y más los que no tienen nada de pelo. Pero este debe tener cuatro pelos locos, que es lo más feo que hay. Seguro que sí, cuatro pelos locos. —¿Y el tamaño, don sapo? ¿Cómo será el tamaño? 

—Por la facha, como un ratón. Seguro que sí, como un ratón. ¿No le digo que yo le hago una zancadilla y le salto a la cabeza y se rinde y no quiere pelear más? 

—¡Usted sí que sabe cosas, don sapo! 

—¡Ja! —dijo el sapo—. ¡A quién le van a hablar de elefantes! 

Y poniéndose un pastito en la boca con gesto compadre, se zambulló en la laguna ante los ojos admirados de la vizcacha.


La lechuza que sabía razonar

—¿Cómo será un elefante? —preguntó la urraca. —No sé qué les ha dado a todos por los elefantes —dijo la lechuza—. Y cualquiera se pone a opinar. Ya me enteré de que por ahí un sapo anda diciendo que él sabe cómo son los elefantes. —¿Y no sabe, doña lechuza? —Qué va a saber, mi´hijita. ¿No ve que eso es pura imaginación? —¿Y usted sabe, doña lechuza? —¡Claro! ¡Yo sé muchas cosas! Y eso me autoriza a decir cómo es un elefante. Se lo voy a dibujar, amiga urraca, para que usted también lo sepa. Y agarró un palito para dibujar en el suelo, diciendo: —Lo fundamental es saber razonar. Esa es la fórmula. Ra-zo-nar. Yo sé algunas cosas sobre los elefantes, mire usted: 1° Vive en el África 2° Se usa como animal de transpone. 3° Es enemigo de los tigres. 4° Corre de una manera poco elegante. 5° Come las hojas altas de los árboles. 

—No veo nada claro en todo eso —dijo la urraca—. No me lo puedo imaginar. 

—No hay que imaginar, m’hijita, no hay que imaginar. Hay que ra-zo-nar. Ese es el secreto del conocimiento. Y ahora le dibujo un elefante. Por todo lo que dije, es así: 


—¡Quién lo hubiera dicho! —dijo la urraca—. ¡Por fin conozco un elefante! 

—Todo es mérito de un profundo razonamiento y una simplísima deducción. Yo, m’hijita, le di todos los elementos. 

—Pero a mí no me dice nada que viva en el África o que corra de manera poco elegante. 

—Y, sin embargo, eso dice mucho. El África es un lugar donde hace calor, y entonces, no puede ser un animal todo lleno de pelos largos. Y corre de una manera poco elegante por algo muy evidente, por tener las patas de adelante más largas que las de atrás. ¿O cree que puede tener unas enormes patas gordas? —¡Quién lo hubiera dicho! —dijo la urraca mirando atentamente el dibujo—. Así que tiene el cuerpo como un caballo y un cogote largo, largo. —Seguro. Y todo eso ya estaba explicado antes. —No me acuerdo, doña lechuza. —Ah, m’hijita, hay que razonar más seguido. ¿No le dije que era un animal de transporte? Por eso es así, para que lo puedan ensillar como a 

un caballo. ¿O usted cree que a un animal le van a poner una casilla encima? —Ya veo, ya veo. Eso sí. Pero, ¿y las manchas de tigre? —También lo dije: el elefante es un enemigo del tigre. Y ya se sabe, el mayor enemigo es el que más se parece a uno mismo. Entonces este debe ser un animal que tiene manchas como un tigre, y el tigre se enoja cuando lo ve. ¿Está claro? Jamás podría ser de color gris. —Sí, sí. Pero ese cogote tan largo. Eso sí que no entiendo. —Y es lo más simple, y no podría ser de otra manera. Atienda, m’hijita, y aprenda a deducir. Yo dije que se alimentaba de las hojas altas de los árboles... —Y yo me imaginé un monito, que también come los brotes altos de los árboles. —Bien imaginado. Muy bien imaginado. Pero mal razonado. Si este elefante tiene patas como un caballo, no puede trepar a los árboles. ¿Y cómo podría hacer? De una sola manera. Eso dice la lógica, de una sola manera: con un cuello muy pero muy largo. ¿O usted cree que puede tener una trompa larga para cortarlos? —¡Quién lo hubiera dicho! Amiga lechuza, usted me ha dado una gran lección. Ahora sé cómo es un elefante. 

—Por favor, m’hijita. Para mí es un placer enseñar —dijo la lechuza—. Y, ya sabe, cuando necesite algo, no tiene más que venir a preguntarme. Yo tengo una respuesta para todo.


Roldán, G. (2015). El monte era una fiesta . Buenos Aires : Santillana, 


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